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—A-—

—Eso no cuenta. Yo no voy al infierno. Al infierno irás vos. lrás vos porque además sos una alcahueta y eso también es pecado.

—Eso serás vos, eso serás vos, y ya que me acusás se lo cuento a mamá.

—Y, contale, toial ¿qué le vas a contar?

—Todo le voy a contar, que robaste en la iglesia también. Que vas con Teresita a la. doctrina y lo único que hacés es robar. ¿Crees que no sé! Vas hasta el altar chico y en vez de poner monedas en la bandeja las sacás.

—Mentira.

—Si, es cierto, yo te ví, es cierto. Mamá, mamá...

De rodillas, cara a la pared, en un ángu- lo oscuro del cuarto. Las manos anudadas a la espalda, anudados también los pies.

Por las rendijas de la puerta se cuela un vientecillo invernal. Las manecitas cárdenas de frío, las rodillas endurecidas sobre las baldosas.

Afuera en el patio, el griterío de los her- manos jugando a la mancha.

—Mamá, perdoname, perdoname mamá...

—Silencio, cállese usted, yo no quiero hi- jas que roban. Esperará en ese rincón hasta que llegue su padre y arreglará cuentas con él. Ahora cállese y pídale perdón a Dios.