— lb
sibilidad, trama nerviosa, todo está descri- to con maestría. Es no solamente un libro, es un documento.
No precisamos de literatos cursis que nos hablen de cosas que no existen o que su ima- ginación pobre y sin brillo cree magníficas. ¿Leer un libro de escritor nacional? De nin- guna manera. Tengo siempre cierta ¡ironía pronta cuando me envían un libro con una brillante dedicatoria. ¿Qué puede enseñarnos a nosotros, esa gente que mi siquiera ha es- tudiado y ha vivido?
¿Lcer libros de esos literatuelos intras- cendentes como Gálvez que publican series de novelones para mantener el embrutecimien- to de los honestos horteras? No. Prefiero los manuscritos de los marineros que han ro- dado mundo y han dejado en cada puerto retazos de su vida novelesca. Prefiero las obras de esos aventureros a quienes el azar de la vida como a Jack London a Panart Is- trati (en sus buenos tiempos) o Gorki los azotó de hambre y de dolor. Libros que ha- blen o vidas que hablen. Que tengan toda la terneza y la amargura de las confidencias. Esos libros y esas vidas están destinadas a ser admiradas. Esos libros sugieren algo. Serán leídos eternamente. La América colo-
