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propios pasos he tomado el rumbo, de nuevo. Ya no me tuerce nadie, yo no me esclaviza nada, ya no me doblega nada ni nadie. Es- peraré, firmeza tengo, la he conseguido gol- peándome, tenazmente. No habrá quien pue- da extorsionar mi miseria. Soy fuerte, soy consciente, soy libre. Soy yo misma recon- quistada. Busco trabajo. Quiero trabajo.

E

Señor Pierpont Morgan, señor Patiño, se- ñores, etc. etc.

He ahí una siembra trágica. Hambre y gue- rra y detrás la muerte, siempre la muerte, sombría y prematura

¿Qué dice usted, señor capitalista?

—La civilización. La Patria. ¡Oh! ¡La Pa- tria! Digo que es grande y hermoso, apretán- dose el pecho, morir por ella.

—¿La patria? M.. .iércoles. No diga patria, diga nuevos mercados, diga nuevas fronteras, diga el “negocio de la guerra. ¿Y ese ham- briento que se dobla, quemadas de cianuro las tripas? ¿Le cantamos también el heroísmo de la miseria?

—La Bolsa de valores de Nueva York... Poincaré, Bonnet, Roosevelt, Simon... La Conferencia de Londres... Inflación... Es-