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Pero pasa un gordo en su auto y suspira:

—¡Pobre gente! Mirá qué situación, vieja, están sin trabajo. Parece que el suspiro lo desinfla un poco.

—¡ Ay sí, qué miseria! Me da mucha lásti- ma, ¡ji, ji, ji, me da mucha lástima!

El gordito se alarma de haber desatado el flujo lacrimoso de su mujer y hace sus re- flexiones, las suyas, las más exactas, las que mejor lo definen :

—Vamos querida, vamos. Si mirándolo bien no es tan trágico. No vayas a creer que no tienen ayuda. Hasta cigarrillos.

—4 Ji, ji, 31! ¿Cierto?

—¡Pero como no! Las cajas que les han mandado los del 43...

—A ver un momento, quietos. Espérese, agarre aquella escoba usted. Y usted... no, usted no, el de atrás, haga como si revolviera comida en esa olla. Así, quietos ahora.

El fogonazo del magnesio, como un relámpa- go, alumbra diez caras lívidas.

—¡ Qué nota! Macanuda. Esta no podía per- dérsela el diario.