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Agencia de colocaciones. Son las siete y ya van cayendo, colándose por el túnel sombrío del zaguán, hombres y mujeres de todos los pueblos. Hombres más que mujeres, y más concretado aún, muchachos. Pedazos estéri- les de juventud, golpeada brutalmente por el látigo de la miseria.
Como la jovencita ansiosa que desde el re- pecho de su ventana aguarda el paso fortuito del amor, así estos rostros ávidos, uno tras otro, junto a la taquilla* donde se anuncia una problemática esperanza.
““Pan para los hombres de buena voluntad ”
Pan. Pan. Pan. Si hasta redobla como un parche lúgubre.
Veinte, treinta, cincuenta, cien. Y en cada agencia esto. Sepa usted lo que es hambre amigo; sepa lo que es no tener un cobre en el bolsillo, nunca; sepa lo que es renunciar a todu anticipadamente: a su normal alimenta- ción en primer término, al requerimiento an- gustioso de su estómago; al bienestar de una habitación confortable; al decoro de su ropa; al beneficio de ese poco de ilustración que lo separa de la bestia; y ya que hasta el amor se compra y se paga, a esa ficción de dicha, que por un instante siquiera da contentamiento y
olvido.