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Veinte operarios silenciosos y un patrón déspota, ex anarquista y ahora extremista reaccionario. :

Al frente de la minerva, Marcial Rosa, de cincuenta y tres años, con treinta y siete de servicio activo.

Chirrian los engranajes, los tornillos y las poleas. Se advierte que está fallando, cada vez más, la máquina desajustada.

Entre los cilindros de pasta, la mano del obrero se escurre rápida, buscando el obs- táculo.

Pero el cilindro metálico, no advertido a tiempo, también busca.

Un ruido sordo y triturante, un desgarrado grito, y la mano del hombre sangra deshecha, con los huesos rotos.

—¡Ay mi mano, maldito dios, mi mano!

—Compañero, sea fuerte.

—¡Mi mano, gran perra, mi mano inútil! ¡Mi pan y mi trabajo! Mejor morirme.

—Compañero, sea fuerte. Soporte el dolor por ahora y por lo demás no se aflija. Está el seguro.

—¿Seguro? ¿Seguro? No hay tal seguro.

Cometa 2