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Plazas. En todas las plazas del mundo hay un hombre que espera. A veces el amor, a ve- ces el sueño, a veces el olvido, a veces la ven- ganza y a veces, también, magníficos sueños «de justicia.
Tiernas palabras bajo los árboles, vastos pensamientos, esperanzas febriles.
Niños y viejos, fuertes y débiles, simples y pobres, filósofos y vagabundos.
Sentémonos también, que todo eso somos un poco, mientras ríe el sol sobre el césped y luce el bronce histórico su inconmovible pe- tulancia.
Sentémonos también, y confortémonos mu- tuamente.
El tronco del pino, bajo cuya sombra verde nos acojemos dice que todos fuimos ingenuos y románticos, lo dice la incisiva flecha que une, sobre la labrada corteza, dos corazones entre- lazados.
Amigo, dame tus manos amplias. Ensam- blada y multánime allí está la ciudad, nues- tra y de todos.
Allí sus calles, su fiebre, sus afiches, sus hombres.
AMí su puerto, sus mercados, sus fábricas. "También sus cruces, sus minaretes, sus ban- «deras. Su gloria y sus fetiches.