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—Esas son cosas de histérica, de desviada.

—Estas son cosas corrientes, pero, para mu- jeres de ““élite””. Hay que comprenderlo.

—Una aberración. ¿Y su marido?

—Imagínese, médico de la armada, por allí fué el comienzo, no le intereso.

—Pues, buscarse otro.

—No sea inocente. Me gusta usted.

—Lo siento.

—Y entonces, ¿toda esa camarilla que la sigue, toda esa corte de señoritas?...

—Todas. Pero me gusta usted.

—Haga el favor, qué asco.

—¿Porque? Cosas del cuerpo, ya sabemos, carne corrompida. Pero el alma, oh, el alma, ella no se complica. Para la inteligencia hay también concesiones y privilegios. v

—Ajá, muy interesante, yo sigo en las pri- meras letras. Usted es una mujer superior, alarma su sabiduría. Pero, ¿no quiere que to- memos el té en cambio?

Me punzan todavía, a cada rato, pero vaya uno a saber de intenciones y recursos aje- nos. Dicen que cada cual se defiende como puede. Así será. Tal vez por eso hay más de