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La pobre vieja estaba cada vez mas enamorada de Lanza y no podia ver sin extremo placer las atenciones de que este la colmaba.

Nunca se sospechó que un jóven tan buen mozo se enamorase de ella á aquel extremo.

Sin vacilacion alguna habria hecho cuanto este le hubiera mandado.

Lanza sabia que doña Emilia no volveria hasta la tarde y que tenia libre todo el dia para entretenerse de la mejor manera que le pareciera.

Como lo que mas ambicionaba era tener contenta á Anita, encontró que si la patrona se divertia, era muy justo que las muchachas se divirtieran tambien.

Se fué á la fonda de donde les servian la comida y encargó un almuerzo de primera fuerza, al que fuéron invitados los novios de las otras muchachas.

Asi, á las once de la mañana y una vez cerrada la puerta del casino para no ser molestados con las majaderias del despacho, se sentáron á la mesa suculentamente servida.

Todos estaban contentos, y el almuerzo empezó en medio de una alegria creciente.

Lanza abria las botellas del mejor vino de la casa y se bebia en una abundancia creciente.

Por el momento Anita habia olvidado todos sus celos y mortificaciones, entregándose al intimo placer de almorzar con Lanza tan libremente.

Las botellas se abrian y se destripaban con un entusiasmo creciente, al extremo de que era la una de la tarde y la farra estaba cada vez mas animada y mas suntuosa.

En el momento de tomar el champagne, el entusiasmo habia llegado á su colmo.

Y Lanza empezó á notar con cierto desasosiego, que las cabezas no se hallaban muy serenas y que la misma suya empezaba á vacilar de una manera que nunca habia sentido.

Por esta razon suspendió el vino, á pesar de la general protesta, sirviéndose el café acompañado del correspondiente chartreuse.

Este licor traicionero era el que debia producir los estragos que no habia podido hacer el vino bebido con aquella abundancia.

Lanza se apercibió con profundo disgusto que dos de las muchachas estaban perdidamente borrachas, y como pedian con ademan imperioso se les sirviese mas licor, tuvo que dar por terminada la farra, con gran pesar de los invitados que habian pensado pasar todo el dia de aquella manera agradable y cuyas cabezas no se hallaban tampoco muy serenas.

Pero era preciso considerar que ya era tarde, que doña Emilia podia llegar de un momento á otro, y que era imprescindible que á su vuelta no hallase nada que la hiciera sospechar lo que allí habia pasado.

Lanza llamó al mozo de la fonda que llevó toda la loza y