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Y los dos primeros dias no se ocupó sinó de conversar y ayudar en sus quehaceres á las mujeres que hasta entónces estaban á cargo de la casa, en los que él debia reemplazarlas.

Así es que hasta el fin de la semana, lo pasó sumamente divertido.

El Lúnes, que fué el primer dia que se hizo cargo de su obligacion, observó una fuente de recursos que hasta entónces no habia sospechado.

El abria temprano el Casino, miéntras la mujeres, que habian estado levantadas hasta tarde, dormían profundamente.

Siendo la dueña de la casa la última en irse á acostar, era tambien la última en levantarse.

De modo que, desde las siete de la mañana hasta las doce del dia, era Lanza el dueño de casa, pudiendo hacer lo que le diera la gana, sin que nadie se impusiese de ello.

Como los precios en estas casas eran generalmente subidos, poco se hacia durante el dia en el despacho de bebidas.

El negocio se desenvolvia á la noche, con la concurrencia de los calaveras que poco miran el precio que les hacen pagar con tal de pasar un buen rato.

Calle sumamente pasagera y frecuentada por gentes de trabajo en las primeras horas de la mañana, bajando los precios tenia que hacerse negocio.

Y esto fué lo que Lanza hizo desde el primer dia, cobrando un precio arreglado al pelaje del consumidor.

De las copas que despachase por la mañana nadie podria tomarle cuenta, porqué él solo estaba á cargo del negocio.

De modo que podia guardarse impunemente la mitad de su importe.

Descubierto el plan, el jóven empezó á explotarlo desde el primer dia.

Así es que los primeros clientes que cayéron aquella mañana, gente de trabajo que pasaba para el rio, no pagáron sinó el precio moderado que se paga en todas partes.

Estos fuéron muy pocos, serian muy pocos tal vez en la primera semana, pero ellos pasarian la palabra de los precios moderados, y en un mes la clientela de la mañana, que en ningun caso podia ser la de la noche, aumentaria considerablemente.

El primero y segundo dia que Lanza estuvo al mostrador por la mañana, solo vendió cinco ò seis copas de diferentes bebidas, que al precio que él las habia puesto, solo produjéron unos seis ó siete pesos, que entregó religiosamente á la dueña de aquel boliche espantable y sui géneris.

Desde el tercer dia la clientela de por la mañana empezó á aumentar sensiblemente.

A las doce, las mujeres se levantáron, porqué era la hora en que les llevaban el almuerzo de un fondin del barrio.

Y se sentaban á almorzar, guardando su parte á la patrona, que jamas se permitia levantarse ántes de las dos de la tarde.

Era esta una italiana buena mozona, pero bastante vieja ya, mas desconfiada que un tuerto y tan brava como un agí cumbarí.