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Pero de todas partes habia salido por su conducta incorregible y poco escrupulosa.

Todo el tiempo se lo absorbian las calaveradas con sus amigos, elegidos entre los mas truhanes y calaveras.

Sus patrones lo despedian con sentimiento, porqué el jóven tenia insuperables condiciones de talento para los negocios, pero siempre era mayor el daño que el provecho que reportaba á la casa.

Discutia siempre con los clientes y concluia por pelearse con ellos á consecuencia de alguna trastada que les habia hecho ó habia intentado hacerles.

Y como con él peligraba así la existencia de la clientela, tenian que despedirlo á su pesar.

Carlo Lanza se encontró á los veinte años sin mas capital que el de sus travesuras y su inteligencia, que en ellas se habia refinado y aguzado.

Así no se podia vivir, y el jóven empezó á pensar sériamente en su porvenir, para atender al cual era necesario sentar el juicio.

¿Qué esperanzas podia tener en Italia?

Vejetar de dependiente en algun escritorio ó casa de comercio, lo que no estaba en armonía con sus aspiraciones.

Y para otra cosa era necesario un capital que él no tenia y que no le seria fácil conseguir, por sus mismos antecedentes borrascosos.

Entónces la América golpeó al pensamiento de Lanza como algo de tierra prometida.

¿Cuántos miserables habia conocido él, que no valian una uña suya, que habian venido á América y vuelto á los pocos años cargados de dinero?

¿Por qué no podia hacer él lo mismo, cuando tenia precisamente aquello de que habian carecido los otros?

Un capital de inteligencia, que bien manejado podia darle una inmensa fortuna en un país como la América, dónde se decia que el dinero se ganaba con una facilidad inmensa!

Desde que Lanza tuvo esta idea, no descansó un momento para buscar los medios de ponerla en práctica.

Era necesario juntar los elementos necesarios para emprender el viage.

Pero, ¿de dónde sacar el dinero?

¡Oh! ¡la América! pensaba; ¿cómo no se me habrá ocurrido esto ántes?

Allí se gana el dinero á manos llenas; sin necesidad de capital ni cosa que se le parezca.

Y pasaba en su memoria la lista de todas aquellas personas que habian venido á América en otros años, y se habian enriquecido y hecho unos señores hechos y derechos, cuando no habian pasado nunca de ser unos miserables sin recursos de ninguna clase.

Esta creencia de Lanza era general en todos los hombres del pueblo, por las fortunas que habian visto levantar á los