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Su socio manifestó que no le alcanzaba el dinero para pagar el todo.

—Pague por su parte no mas, que el señor se entenderá conmigo, dijo el banquero, por lo perdido y por todo lo mas que quiera jugar.

—¡Oh! no juego mas, respondió Lanza, cuya palidez era intensa.

Me parece que para un debut es bastante.

Habia perdido treinta mil pesos y no tenía mas que cien para responder á su deuda.

—Puede jugar todo lo que quiera, respondió el banquero, no se acobarde, que en un solo golpe de suerte puede desquitarse de lo que ha perdido.

Lanza fijó en diez mil pesos mas lo que iba á jugar y los puso en una sola carta, volviéndolos á perder como habia perdido lo demas.

—Ahora sí me retiro, dijo, porqué si sigo jugando voy á perder todo cuanto tengo.

No estoy de suerte.

Y se levantó de su asiento, pero siempre aparentando la mayor indiferencia, aunque en su cabeza sentia el estallido de un volcan.

—Treinta mil pésos que usted me pagará cuando le dé la gana, murmuró el banquero, guardando los billetes que tenia delante.

—Diez á mí, añadió su socio, que tampoco me corren prisa.

—Luego los tendrán aquí, respondió Lanza, han hecho ustedes demasiado honor á mi palabra para que no me apure en pagarles.

Tomáron juntos una nueva copa y se retiráron cada uno por su lado como los mejores y mas viejos amigos.

—¡Cuarenta mil pesos! pensaba Lanza, ¿y de dónde los voy á sacar?

Y aunque los tuviera, confieso que no los pagaria, porqué á mí me han ganado en combinacion, no me cabe duda.

Me dejáron ganar al principio para confiarme y darme despues el golpe con seguridad: ¡se van á divertir con el resultado! ¡el zonzo les ha salido mas vivo que ellos!

Lanza entró á su hotel ya muy entrado el dia.

Estaba enfermo, febril, no por los cuarenta mil pesos que habia perdido sobre su palabra, que poco le suponian, desde que no los habia de pagar, sinó por los quinientos pesos que habia distraido de su capital y que lo reducian á una condicion miserable.

¿Cómo atenderia en adelante á sus necesidades?

¿Qué sería de él cuando hubiera gastado el último peso de los cien que le quedaban?

¡Aquel maldito Scotto! y ahora que no podria ir mas á la casa de juego donde podria encontrarlo!

Lanza ganó la cama muy enfermo.

La impresion de todo lo que le habia sucedido aquellos dos dias concluyó por tumbarlo.