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Y en medio minuto mas, Lanza se encontró sin un centavo por delante; habia perdido el copo y la banca quedó aumentada á veinte mil pesos.

Aquel golpe medio desconcertó á Lanza.

—Eso es natural, le dijo el nuevo socio que le habia salido; no todos los golpes se ganan, pero usted está de suerte.

Copemos á medias la otra banca, con veinte mil pesos, y así lograremos rehacernos.

—Es que no tengo mas dinero, respondió Lanza vacilante, y es mucho para jugar bajo palabra.

—No importa, ¡caramba! no quiebre la suerte, cope no mas que yo respondo si perdemos, pero cope á su inspiracion, que la suerte está con usted.

Lanza copó; copó y perdió como en la jugada anterior, quedando empeñado en diez mil pesos que le correspondian.

Su adversario ni siquiera pareció conmoverse.

Su socio pagó los diez mil pesos que le correspondian y los que correspondian á Lanza, con la mayor frescura, y le dijo:

—Hay cuarenta mil pesos de banca, cópelos en sociedad; se el último golpe, es el último golpe y es seguro que lo ganaremos, no tenga duda.

—Puede copar, agregó el banquero, pero no necesita que nadie ponga por usted.

Si pierde, tendré el honor de ser su acreedor.

Lanza se sintió poseído de un vértigo de ambicion.

Miró aquel monton de billetes de banco, pensó que todo aquello podia ser suyo en un solo golpe de fortuna, y aceptó.

Su socio copó la banca á un siete, que salió primero, y todos claváron la vista en el naipe, de donde empezáron á caer las cartas.

Nunca habia pasado Lanza por una emocion tan fuerte.

Aunque queria disimularlo, temblaba todo de una manera nerviosa.

El deseo de ganar era inmenso y el vértigo de los jugadores lo habia acometido.

El banquero suspendió el tallo y miró sonriente á los jugadores.

—¿Quieren retirarse? les dijo, si quieren retirarse lo permito.

—Por mi parte no consiento, dijo el socio de Lanza, ese copo es ganado por nosotros: ¿qué dice compañero?

—No me retiro tampoco, respondió Lanza sordamente, no me retiro, tengo fé en la jugada y en la buena mano de mi compañero; siga pasando las cartas.

El banquero sonrió é hizo á sus compañeros una seña que no fué perceptible para Lanza, aunque fué comprendida por aquellos.

Aquel cambio de señal habia querido decir:

—¿Le caemos?

—Cáigale.

A las cinco cartas corridas la partida habia terminado y Lanza habia perdido.