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jugada y pudo acercarse á la carpeta general donde solia jugar Scotto, sin que nadie lo notara.

Y recorrió los jugadores con mirada ávida, pero entre ellos no estaba su amigo.

Preguntó al mozo que los servia habitualmente, pero este contestó que no habia ido todavia.

El jóven empezó recien á perder toda esperanza de recuperar su dinero.

Es claro que no habiendo ido ya, Scotto no iria en el resto de la noche, porqué lo fuerte de la jugada era desde la una hasta las tres de la mañana.

Entre los jugadores estaba el que la noche anterior le había dado aquellos terribles informes de su amigo, pero este, absorto en el juego no lo habia visto.

Lanza pidió una copa de rom y se sentó á esperar á su amigo, pero presa de mayor desaliento.

Y pasó aquella noche como la anterior, sin que Scotto hubiera vuelto.

No podia dudar ya ni un momento de que habia sido víctima de una estafa consumada con la mayor habilidad.

Una vez concluida la jugada, se le acercó el jugador de la noche anterior, sonriendo y acompañado de dos jugadores mas.

—¡He! le dijo amigablemente apénas lo vió, ¿no ha tenido noticias de ese hombre?

—No, contestó Lanza disimulando su agitacion.

He venido á buscarlo, por lo que calculo, como le dije anoche, que algo le habia sucedido.

El interlocutor de Lanza soltó una gran carcajada y volviéndose á los que con el estaban les dijo:

—El señor ha cometido la inocentada de prestar anoche á Scotto ocho mil pesos y lo anda buscando para que se los devuelva.

Los que oyéron esto, como movidos por una misma cosquilla, soltáron una carcajada y miráron á Lanza como una cosa curiosa.

—Scotto, dijo una de ellos, no lo vuelve á ver usted en su vida; y aunque lo vea á él, lo que es á sus ocho mil pesos, no alimente esperanzas; son sus tiros habituales.

¿Como dudar ya, si aquellas palabras estaban plenamente confirmadas por la conducta de su amigo?

—¿Y dónde vive? preguntó Lanza ya dejándose ganar por la desesperacion.

—Ese es un problema indescifrable, le dijéron, porqué nadie le ha conocido jamas su domicilio.

Siga nuestro consejo y no se preocupe mas de su dinero si quiere vivir tranquilo; haga de cuenta que lo ha puesto á una mala carta y nada mas.

—No son los ocho mil pesos lo que me mortifica, exclamó entónces Lanza, tratando como siempre de disimular su necesidad de dinero.

Es esta una suma que no vale la pena de mortificarme.