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tanto hablaba su compañero, al que le habia prestado cinco le devolvió veinte.

Si perdia, su dinero estaba seguro y le sería devuelto el día siguiente.

Nada perdia entónces con prestárselo y tal vez ganara mucho.

Lanza se echó rápidamente estas cuentas y sin la menor vacilacion repuso:

—Yo traigo dinero, pero es poca cosa para usted, porqué apénas le alcanzará para un par de jugadas.

—Con una me basta, la suerte es cuestion de una sola jugada, que no quiero hacer sobre mi palabra, sinó en un último caso.

Présteme entónces todo lo que tenga, que tal vez en un momento logremos desquitarnos del todo.

Lanza andaba siempre con todo su dinero sobre sí, porqué así lo tenia mas seguro que en ninguna otra otra parte.

Sacó su cartera del bolsillo del pecho, y sin inconveniente de ningun género, entregó á su amigo ocho mil pesos, no quedándose sinó con el pico de seiscientos y tantos.

Su amigo se acercó á la carpeta y Lanza lo siguió lleno de una emocion extraña, pues en la suerte de su amigo iba la suya propia.

El jugador estuvo mirando un momento las alternativas del juego, hasta que se decidió y puso cinco mil pesos sobre un siete.

Y ganó, mirando á Lanza de reojo como si quisiera decirle: ¡ya ves que yo tenia razon!

Dejó pasar dos jugadas, y volvió á poner los diez mil pesos sobre otro siete que apareció en la tercera.

Y volvió á ganar, recogiendo su dinero con la misma indiferencia que lo habia perdido momentos ántes.

Lanza pasaba por una angustia suprema y desconocida para él.

Tenia deseos de pedir á su amigo la devolucion del dinero, pero no se atrevia, aunque el jugador lo habia doblado ya.

Hubiera sido un rasgo de desconfianza, una ofensa que le hubiera inferido, ademas de que estaba seguro de que se lo devolveria doblado.

Su amigo espió todavía algunas jugadas, y puso en seguida un monton de billetes sobre otra carta, que volvió á ganar.

Contados aquellos billetes para ser pagados, resultáron ser doce mil pesos.

—Es una locura seguir, dijo Lanza, puede dársele vuelta la suerte otra vez y perderlo todo.

—¡Qué esperanzas! ¡estoy en la buena veta, ahora tengo que ganar hasta que los deje á todos sin un medio!

Lanza, absorto en el juego y dominado por la emocion, no habia notado una operacion del jugador afortunado.

A medida que ganaba y con todo disimulo, iba echándose al bolsillo los billetes mas gruesos.

Un nuevo siete salió sobre la carpeta, y el jugador, ávido de ganancia y para aprovechar la buena suerte, puso en esa carta un puñado de billetes, mayor que el que le quedaba delante.