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Diez jugadas despues habia perdido hasta el último centavo.

Jugué sobre mi palabra y perdí tambien.

Iba ya á retirarme, cuando un amigo me alcanzó cinco mil pesos, diciéndome:

—Ha perdido tanto que al fin tiene que empezar á ganar.

Tomé el dinero y lo jugué de un golpe, con la intencion de retirarme en seguida si lo perdia.

Habia jugado á la peor carta, una sola contra un rey, y ya confieso que habia perdido toda esperanza de desquite, no ya de ganancia.

Y salió la sota, quebrando aquella corriente de adversidad que me habia azotado toda la noche.

Diez y siete veces salió la sota contra diversas cartas: diez y siete veces apunté duro á la sota, y las diez y siete veces gané.

Los jugadores estaban asombrados, pues nunca habian visto ganar tan seguido, y muchos se habian puesto las botas jugando á mi carta.

El tallador estaba desesperado y solo se mantenia en la banca porqué como yo jugaba tan grueso, tenia esperanzas de desquitarse en un solo golpe.

En la jugada número diez y ocho, volvió á salir la sota, pero esta vez contra un rey, como en la jugada primera.

No sé que ráfaga me sopló y puse al rey un puñado de billetes, calculando que era la mitad de lo que tenia.

Aquello se llamaba quebrar la suerte; la sota no podia ganar toda la noche y alguna vez habia de perder.

Era cuestion de adivinar el momento y nada mas.

Habia tal emocion entre los jugadores, que todos suspendiéron el apunte no atreviéndose á seguirme en aquella deslealtad contra la sota, pero sin animarse á apuntar contra mi suerte.

El tallador corrió las cartas y no tardó en aparecer el rey.

Era el décimo octavo apunte que ganaba sin haber perdido uno solo.

El banquero concluyó por declararse vencido y no tuve ya quien me hiciera frente.

Mi inspiracion habia sido buena y mi presentimiento exacto.

Entregué veinte mil pesos al amigo que me prestó los cinco con que me rehice, y cuando llegué a casa y conté el dinero, me encontré con que no solo me habia desquitado de lo perdido, sinó que estaba ganando sesenta mil pesos.

Desde entónces nunca he dudado un momento cuando me he sentido con el mismo presentimiento.

He persistido en el juego aun teniendo que recurrir al sencillero, y siempre me ha ido bien.

Carlo Lanza escuchaba maravillado a su amigo, envidiando su suerte y su decision.

Aquello no habia sido sinó un tejido de embustes hecho con el único objeto de preparar el terreno de una estafa en grande escala.