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Otras veces el sueño del sencillero es turbado por otra clase de jugador que pone á contribucion sus bolsillos.

Este no viene como el de las alhajas.

Ha perdido cuanto llevaba, y otro tanto mas sobre su palabra, pero esto no lo aflije en lo mas mínimo.

Ni la suerte ni la desgracia puede traslucirse en aquel semblante, donde estas dos emociones han borrado toda expresion.

Este jugador dá una palmada sobre el hombro del sencillero y le dice llanamente:

—Dame mil pesos, ó dame cinco mil pesos á sencillas.

El sencillero lo mira, y esta vez no hace el aparato de desperezarse como quien sale de un sueño; está delante de un marchante que conoce todos los «golpes.»

Y saca del bolsillo el dinero que se le pide y lo entrega sin el menor inconveniente.

Y vuelve á su fingido sueño como si nada hubiera pasado.

Es que aquel jugador es un conocido, á quien se le puede abrir crédito sin limitacion.

Si gana, devuelve al sencillero dos veces mas de lo que recibió.

Si pierde, el sencillero sabe que al otro dia, infaliblemente, tiene su dinero.

Aquel usurero espantable, que no prestaria igual suma á Anchorena, con un simple pagaré, presta al jugador, bajo su sola palabra, todo el dinero que le ha pedido, sin imaginarse siquiera, por ser cosa imposible, que pueda dejarle de pagar.

Es que aquellos jugadores de profesion tienen un modo estupendo de entender el honor.

Ellos, que ponen sobre la carpeta el porvenir y la tranquilidad de sus familias; ellos que sin inconveniente alguno son capaces de jugar entre un puñado de dinero el honor de su mujer y de sus hijas, no dejarian por nada de este mundo, de pagar una deuda de juego: por ese solo hecho se considerarian deshonrados.

Y el sencillero tiene así mas fé en la palabra de aquel mismo jugador á quien ya no queda nada que perder, que en una letra de cambio girada por la mejor firma del comercio y que no le ofrece otra ganancia que el simple interés de plaza.

Este es el sencillero, que se encuentra presente y representado por diversos tipos, en todas las casas de juego de Buenos Aires.

A esta casa de juego, reunion de jugadores y de verdaderos atorrantes de jugada, de especuladores y pescadores de puchero, habia acudido Carlo Lanza, llevado por ciertos amigotes con quienes habia hecho relacion en la Cruz de Malta.

Le habian olido dinero y juzgándolo un inocente, lo habian llevado con la intencion de desplumarlo.

Uno de estos amigotes, jugador de profesion y calavera en toda regla, pasaba ante Lanza por un hombre rico y de posicion.

El jóven se habia acercado á él, estrechando relacion y cre-