Página:Carlo Lanza - Eduardo Gutierrez.pdf/61

Esta página ha sido validada
— 61 —

Ni la maldicion ni la blasfemia del que pierde, ni el estruendo producido por un golpe de suerte imprevisto, ni el tumulto de una discusion acalorada, logran distraerlo de su posicion ni de su sueño.

Un tiro de cañon disparado á su oido, no haria mayor efecto en él que el canto de un mosquito.

Parece ageno á todo, un hombre á quien solo puede preocuparlo el hecho de que lo dejen dormir tranquilo.

De pronto un jugador se separa de la carpeta, lanzando una blasfemia formidable.

Las dos manos hacen presa en su propio pelo, que sacude con ademan desesperado y mira á todas partes con desesperacion suprema.

De pronto sus ojos se dilatan y su semblante livido adquiere una expresion de sonriente esperanza, que lo contrae con un gesto inimitable.

Ese es un jugador que ha perdido cuanto tenia y que vá al sencillero, como única esperanza de desquite.

Y sacudiéndolo con una mano, le muestra en la otra un puñado de alhajas.

Son los botones de brillantes de su pechera, un reloj y su cadena, y hasta su anillo de casamiento de que se ha despojado en un movimiento de desesperacion.

El sencillero se despereza como quien sale recien de un profundo sueño, mira al jugador, mira las alhajas como quien no comprende lo que sucede, y al fin exclama sordamente:

—Bueno, quinientos pesos.

Esa es la cantidad que ofrece sobre los diez ó veinte mil que representan aquellas alhajas.

—Deme mas, necesito mas, exclama el jugador con voz sofocada.

—Bueno, seiscientos pesos, agrega el sencillero, como quien dice su última palabra.

Y viendo que el jugador vacila, se acucurra nuevamente á seguir su sueño, dando un bostezo tremendo.

El jugador mira con desesperacion la carpeta, le parece que allí está su desquite y entrega por seiscientos pesos aquel capital de alhajas donde van hasta los recuerdos de su cariño.

Y se acerca á la carpeta con aquel dinero, miéntras el sencillero guarda tranquilamente aquellas alhajas, cuyo valor ha calculado ya en su justo precio.

Y vuelve á su finjido sueño, miéntras el jugador pone todo el dinero á una carta.

Si el jugador ha cambiado de suerte y gana, recupera sus alhajas, dando por ellas cuatro veces lo que recibió, porque ese es el interés que el sencillero cobra por su préstamo.

Si pierde, no le queda mas remedio que salir desesperado, pensando tal vez en pegarse un tiro cuando llegue á su casa, miéntras el sencillero que no lo ha perdido de vista un solo momento, se frota las manos al verlo salir, pues ha comprada por seiscientos el valor de veinte mil.