Página:Carlo Lanza - Eduardo Gutierrez.pdf/59

Esta página ha sido validada
— 59 —

—Ya lo creo, en los amigos que le haya presentado Caraccio, puede tener ciega confianza.

Pero estos le presentarán otros y estos otros á otros y ya no es lo mismo, porqué sabe Dios entre qué clase de perdidos andará á horas avanzadas de la noche.

A altas horas de la noche no anda sinó la gente que no trabaja de dia y semejantes amigos no pueden convenir á un jóven como usted, porqué el solo hecho de andar con ellos lo desacreditará ante las personas que lo vean y no lo conozcan.

—Tiene usted mucha razon, señora Nina, dijo Lanza, resolviéndose á estar de acuerdo con su patrona por la cuenta que le tenia, tiene usted mucha razon y poco á poco me voy á ir alejando de ellos.

Sucede que tratando de serme agradable, me invitan á ir á una parte ó á otra y como no tengo un buen motivo para escusarme, muchas veces acepto, ó mejor dicho siempre acepto, y ahí tiene usted como en conversacion y en jarana, se me pasa la noche.

—Pues precisamente es en las partes donde se vá que hay que tener mas cuidado.

—Tiene usted siempre razon, concluyó Lanza, voy á empezar á retraerme con diferentes pretextos.

Esta vida así no me conviene bajo ningun punto de vista y es preciso cambiarla.

De esta manera Lanza quedó bien con su patrona, destruyendo la alarma que esta empezaba a tener.

Pero aquellas eran promesas que no habia de cumplir.

Ya se habia enviciado en aquella vida desordenada, además que en algo habia de distraerse quien como él no tenia nada que hacer.

¿Cómo iba á someterse así á la voluntad de la señora Nina y vivir amarrado en un hotel como un menor de edad?

Lanza supo conciliarlo todo de manera de no faltar á sus parrandas y tener contenta á la señora Nina.

Todas las noches se recogia temprano, pero apénas notaba que todos dormian en la casa, se vestia y salia sigilosamente sin que nadie lo sintiera.

Los mozos que eran los únicos que podian verlo entrar ó salir, estaban ganados á fuerza de propinas.

Una noche al fin sucedió á Lanza un descalabro con el que no habia contado y que lo puso en una posicion desesperante, apresurando el percance que tanto temia y dando la razon á la señora Nina de cuanto le habia dicho ántes.

Existia entónces una casa de juego, al lado de la Bolsa de Comercio, sin duda para que los que interrumpian sus jugadas de dia, pudieran seguirlas de noche, aunque en menor escala.

Esta casa de juego estaba establecida en el entresuelo del mismo casino que existe aun, de modo que miéntras unos cenaban y se paseaban abajo, otros arriba se peleban y acaloraban de lo lindo.

Allí caían á desplumarse y á desplumar, todo ese enjambre de jugadores que viven para la carpeta y en la carpeta.