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La señora Nina no pudo contener la risa y siguió su viaje al mercado, miéntras Lanza se encargaba de ayudar á su protector y sacarlo de brazos de Baco para entregarlo en los de Morfeo.

El peludo con que habia vuelto Caraccio, fué aquel dia el tema de las bromas de todos sus compañeros y de la señora Nina quien le decia que se habian trocado los papeles y que era Lanza quien lo habia tenido que guiar hasta el hotel.

—¿Y qué le vamos á hacer? respondia alegremente Caraccio; este diablo tiene una cabeza de fierro, porqué yo lo he visto beber mas que yo mismo.

Todos hemos salido con las piernas mas ó menos flojas, ménos él, que venia mas derecho que un palo mayor.

Eso vá tal vez en costumbres, porqué cada uno es capitan en su elemento.

En el agua, por ejemplo, miéntras todos echan las entrañas de puro borrachos, yo estaré mas fresco que una lechuga.

En el vino ya es otra cosa; confieso que este es mas capitan que yo y que muchos otros á quienes yo tenia por comandantes.

Es lo mismo, el hecho es que nos hemos divertido como unos condenados.

Caraccio estaba mas jovial que nunca las bromas de sus amigos y de la señora Nina no lograban hacerlo enojar ni disminuir su buen humor, aunque le dijeran que era una vergüenza que un hombre viejo anduviera en aquellas aventuras, solo perdonables en la juventud.

—Eso sí que no, respondia Caraccio riendo siempre; yo podré tener medio siglo, un siglo, siglo y medio si se quiere, pero yo no soy viejo.

No soy viejo, sacramento, aunque tenga el pelo mas blanco que las velas de mi barco y la cara mas arrugada que una pasa de higo.

No es en los años sinó en el buen humor que se envejece y el mio todavia está en los veinte y cinco.

Si yo fuera viejo, no habría podido levantarme de la cama, ni podría salir esta noche; ya ven pues que esta broma viene muy mal hoy.

El volver á salir aquella noche fué un nuevo motivo para que volvieran á dar bromas á Caraccio.

Pero estas no hiciéron en el capitan mas efecto que las anteriores.

—Es que si sigue usted así, decia Nina, me vá á echar á perder á este jóven, cuyo juicio debia servirle de ejemplo.

Me parece que voy á tener que quitárselo de su proteccion y mas bien recomendar á él que me lo cuide á usted y no me lo deje hacer locuras como la de anoche.

—No hay cuidado, que ese es mas maestro que yo, respondia Caraccio; es mucho mas maestro que yo; lo que hay es que tiene una cabeza asombrosamente fuerte; es un bebedor que no hay pero que ponerle.