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Aunque los artistas se esmeraran en complacerlos, desobedeciendo ciegamente á sus órdenes y alterando los programas á satisfaccion de todos, no por esto se lograba una representacion en órden.

Nunca faltaba un motivo para provocar un conflicto ni dejaba de haber su tormenta.

Es que aquella concurrencia especial iba con el espíritu preparado á tormenta, y era preciso que la tormenta se produjera.

Un mozo de café que servia mal y obtenia en retribucion un tazazo; un artista que no representaba con el comedimiento exigido; algun espectador á quien el punch ó la limonada se le subia á la cabeza; todos estos eran motivos para que se renovara el escándalo, cuyas proporciones solian alarmar á la Policia, que creia que aquellos diablos llegaran hasta desacatar las órdenes del señor O'Gorman.

Pero esto no sucedia jamas.

En cuanto O'Gorman se presentaba en el Alcázar, el escándalo cesaba como por encanto y aquellos de cabeza mas pesada consentian en retirarse á sus casas á dormir los bríos que les hubiera comunicado el alcohol.

Es que el señor O'Gorman tenia un tino único, que nacia en el profundo conocimiento de aquella juventud borrascosa.

Sabia que los que no hubieran cedido ante todos los machetes de la Policia, no se resistirian á una súplica bondadosa, y era este el medio que siempre empleaba con éxito para obtener cuanto queria.

El escándalo de la funcion continuaba despues en el café, donde iban á cenar público y artistas, juntos ó separados.

Porqué allí se dirigian las recriminaciones á qué habian dado lugar las escenas de la noche, recriminaciones que solo servian para provocar nuevos conflictos.

Y como estos mismos conflictos corregidos y aumentados se reproducian de dia durante los ensayos, con ménos concurrencia porqué á ellos solo entraban los preferidos, resultaba que el Alcázar era un teatro de público bochinche, donde el telon no se bajaba jamas, y donde la Policía tenia que hacer perpétuo servicio.

Carlo Lanza quedó maravillado ante esta descripcion del Alcázar de Buenos Aires, que se le hacia sobre el mismo teatro de los sucesos y miéntras se desarrollaba el cuarto ó quinto conflicto de aquella noche.

Y veia que allí no habia la menor exageracion, puesto que él presenciaba las mismas ó parecidas escenas á las que se le describian.

Caraccio y los cuatro ó cinco amigos que lo acompañaban se habian colocado en puntos estratégicos, desde donde podian presenciarlo todo, sin quedar expuestos á un golpe por equivocacion.

Así es que Carlo Lanza podia mirarlo todo á su entera satisfaccion, exclamando de cuando en cuando: