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Luego la señora Nina lo habia recomendado tan cariñosamente, que Caracio le dijo:

—El jóven corre de mi cuenta; déjenos no mas que ya nos entenderemos perfectamente.

Carlo Lanza vió en el capitan Caraccio un nuevo filon que explotar; y estudiándole el lado flaco durante el almuerzo, le inventó un par de historias que dejáron encantado al viejo lobo marino, pues empezó por decirle:

—Mi vocacion era la mar, pero mis padres que me quieren con exceso, me la contrariáron desde el principio, dándome una colocacion comercial, que ellos estimaban ménos peligrosa.

Con una buena educacion comercial, me decia mi buen viejo, y dinero que, gracias á Dios, no ha de faltarte, tienes tu porvenir perfectamente asegurado.

La mejor marina son los escudos, muchacho, con la diferencia que estos no naufragan, y aun en el caso de naufragar, nunca comprometen la vida.

Y aquí tienen á un hombre que, nacido para la mar, se vé obligado á convertirse en ponton de una casa de comercio que para él no tiene ningun encanto.

Pero en fin, puesto que mis padres lo han querido, mandaremos un banco en vez de mandar un barco; cuestion de una letra cambiada y nada mas.

Con estos discursos Lanza se ganó á los buenos y francos marinos, al extremo que, cuando concluyéron de almorzar, hablaba con Caracio como podia haberlo hecho cun un amigo de veinte años.

La señora Nina vino á informarse de como les habia parecido el compañero, quedando sumamente complacida al oir decir á Caracio:

—Es el mejor jóven con que he tropezado en mi vida.

Corre de mi cuenta enseñarle la ciudad y todo lo que le dé la gana de aprender en ella; por eso no ha de haber inconveniente.

Es un jóven que me gusta de alma y que tomo bajo mi amistad por todo el tiempo que me queda de estar en Buenos Aires.

—Yo no se hacer cumplimientos, respondió la señora Nina, pero le aseguro, jóen, que no podia caer en mejores manos.

Va á conocer cuanto necesita y divirtiéndose en toda regla.

Despues de tomarse una buena taza de café con una mejor copa de grappa, el capiran Caraccio declaró que estaba á disposicion de Lanza desde aquel momento, puesto que no tenia nada mejor que hacer.

Lanza subió á su pieza, dió un repaso á su traje y peinado, y acompañado del insigne Caracio salió del hotel Marítimo.