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Y á aquella hora, ¿para qué iba á despertarlo?

Le echó una manta sobre los pies y se retiró á acostar.

Al dia siguiente Lanza se habria repuesto de las fatigas del viage y estaba segura que le agradeceria de no haberlo despertado.

Recien al otro dia temprano despertó Lanza de su profundo sueño.

Habia durmido tan sin sentirlo, que al despertar pensó que estaba en el mismo dia que se habia acostado y que dentro de poco lo llamarian á comer.

Grande fué su sorpresa cuando vino la señora Nina con una gran taza de café con leche, haciéndole burla por el sueñazo que habia echado.

—Dormir un dia entero con su noche, le dijo, es algo de enorme y que no sucede á todos los clientes!

—¿Cómo un dia y una noche? exclamó Lanza asombrado; ¿quiere decir que yo he venido ayer y que me he dormido hasta hoy?

—Tan es así, que aquí venia á despertarlo con una buena taza de café con leche y á recordarle el asunto de su equipage para que haga las diligencias del caso.

A pesar de la seriedad con que hablaba la señora Nina, Lanza se resistia á creer que su sueñlo hubiera sido tan largo.

Fué necesario que ella le abriese el balcon y le mostrase prácticamente que estaban en las primeras horas de la mañana.

Lanza no dudó ya un segundo, pues el movimiento de la ciudad era el mismo que habia observado cuando desembarcó.

—Debo haber dormido mucho y muy bien, porqué me siento el cuerpo perfectamente descansado y el espiritu alegre.

—Yo estuve ayer varias veces y sentí una fuerte tentacion de despertarlo, pero dormia tan bien que me dió pena el hacerlo.

De todos modos no tenia nada urgente que hacer.

¿Para qué iba á turbar entónces un sueño tan apacible?

Lo dejé dormir y no me arrepiento, puesto que tan bien le ha aprovechado el sueño.

Carlo Lanza agradeció afanosamente á la señora Nina todas las atenciones que le habia dispensado.

—Se me figura que estoy en mi casa y al lado de mi vieja, cuando siento el cariño con que usted me trata.

Francamente nunca soñé hallar en tierra extrangera una persona tan buena y tan amable.

La señora Nina estaba con esto en el bolsillo de Lanza; y el bribon, que sentia el mágico efecto que producian sus palabras, apretaba la mano y se le descolgaba con mil cariños y zalamerías.

Engulló el café con su buen apetito de veinte y cuatro horas que hacia no tomaba nada y empezó á hacer sus planes para pasear la ciudad.

Para darle mayor confianza y concluir de ganársela, Lanza llamó á consulta á la señora Nina, para resolver ambos el problema del paseo.