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—Yo trataré de reemplazar su familia en lo que sea posible, le dijo, y en cuanto á trato, espero en Dios que no ha de tener por qué quejarse.

La buena mujer arregló la pieza de Lanza como si se tratara de un hijo, diciéndole:

—Esto es por hoy; pero ya mañana podrá disponer de la salita de al lado para recibir sus amigos y tratar de sus negocios.

Una casa de comercio no se improvisa á dos tirones y miéntras usted abra la suya, necesita una pieza que no sea dormitorio, para recibir á las personas que han de venir á verlo.

Con sus fábulas y sus cuentos Carlo Lanza se habia echado al bolsillo á la señora Nina y estaba seguro que seria tratado á cuerpo de rey.

—Preciso es confesar que he andado con suerte, aquí y en Montevideo.

Ese diablo de changador parece que hubiera adivinado mis necesidades del momento, trayéndome á una casa instalada para que yo la ocupe.

¡Qué patrona! ¡qué patrona me ha tocado en suerte!

Creo que al lado de ésta mi mismo patron del Washington quedará eclipsado.

Ahora es preciso que me reponga algo de tanta mala noche pasada, para quedar con el cuerpo descansado y entregarme á mis asuntos.

Lanza no habia dormido la noche anterior á bordo.

El jabon sufrido al salir de Montevideo y al llegar á Buenos Aires por temor á las autoridades, lo habia fatigado mas que todo.

Así es que apénas almorzó, se metió á la cama y se durmió profundamente.

Y sueño fué aquel que duró hasta el dia siguiente.

Varias veces subió la señora Nina á ver si algo se le ofrecia, pero viéndolo dormido tan plácidamente, se retiró sin querer turbar aquel sueño y murmmando:

—¡Como se conoce el sueño de un hombre justo y bueno! ¡duerme como un ángel!

A la hora de comer, la señora Nina volvió al cuarto de Lanza para despertarlo.

Pero dormia tan bien y tan plácidamente, que juzgó un crimen recordarlo, y despues de estarlo contemplando un buen rato, resolvió dejarlo dormir.

Cuando volvio á subir á la pieza ántes de recogerse y ya tarde de la noche, lo halló durmiendo en la misma posicion que lo habia dejado.

Se conocia que el jóven no habia hecho ningun movimiento.

Esto y la profundidad e insistencia de aquel sueño, la alarmáron mucho, hasta el extremo de acercar su oído á la cara de Lanza para cerciorarse de que no estaba muerto.

Y no pudo ménos que sonreir maternalmente al escuchar aquella respiracion tranquila y cadenciosa.

Y por tercera vez renunció á despertarlo, calculando que aquel sueño le haria mas bien que la mejor comida.

Carlo Lanza.
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