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Yo, que no necesito mucho para esta clase de diversiones me encontré en mi elemento y acepté la propuesta.

Me quedé en Montevideo con el propósito de pasar dos dias alegres.

Confieso que aquellos traviesos me hiciéron perder la cabeza y la memoria, al extremo de que yo no pensaba mas ni en mi equipaje ni en mi dinero.

Y tan perdi la memoria y tan me quedé allí á mi gusto, que hasta se me olvidáron las fechas, y los dos dias se me volviéron ocho.

La falta de ropa era subsanada por ellos, que me daban ropa para cambiarme.

¿Qué mas necesitaba entónces?

Ellos habian recibido contestacion de sus amigos, cuyas señas traigo apuntadas en la cartera, diciéndoles que mi equipaje estaba seguro.

La farra continuó un par de dias mas, hasta que les declaré terminantemente que me venia á Buenos Aires.

En vano aquellos diablos quisiéron detenerme aún mas; tuve que ser firme, porqué si no, era negocio de quedarme en Montevideo todo el año.

Y como el punto de mi destino era Buenos Aires, donde debo abrir inmediatamente mi casa de comercio, no era posible ni juicioso demorarme más.

Demasiado me habia divertido ya y era necesario que aquello terminara de una vez.

Pedí las señas de las personas que se habian hecho cargo de mi equipaje, pues el paquete en que yo vine ya habia pasado por Montevideo de regreso, y aquí me tiene usted, mi señora, apto para el trabajo, porqué con la calaverada hecha en Montevideo tengo ya para un año.

Esta historia inventada al minuto, dejó encantada á la señora Nina, que víó en Lanza un jóven alegre y travieso, pero que no perdia el rumbo en la senda del trabajo ni se dejaba seducir por tentaciones endemoniadas.

Y no extrañó ya la falta de equipaje en aquel pasagero que tenia todo el pelage de ser un hombre rico que hablaba como uno para quien el dinero es la última cosa de la vida.

Carlo Lanza fué alojado en una pieza de balcon á la calle, alegre y bella y donde tenia toda la independencia que podía apetecer.

—Como yo aquí no tengo familia, dijo él a la señora Nina, no vale la pena que amueble casa para un hombre solo; cuando abra mis negocios, si en caso me gusta, seguiré alojándome aquí.

—Es mucho más cómoda la vida del hotel para el que, como yo, no tiene quien lo cuide.

Y Lanza, que habia observado que la señora Nina era algo sensible, hizo una larga tirada sobre el amor materno, lo que él adoraba á su buena vieja, y lo que iba á extrañarla miéntras estuviera en América. Cada vez la hotelera estaba mas enamorada de aquel jóven de tan nobles sentimientos y de corazon tan sencillo.