Página:Carlo Lanza - Eduardo Gutierrez.pdf/31

Esta página ha sido validada
— 31 —

—¿Y los otros peones? preguntó esta, pensando que ningun jóven de aquel aspecto podia venirse desde Europa con solo aquel miserable paquete que habia traido el peon.

Aquí tuvo Carlo Lanza que improvisar una de aquellas famosas fábulas para cuya fabricacion parecia nacido.

—Me ha sucedido una desventura, dijo, que no sé como la voy á remediar, porqué me parece ya tarde para hacerlo.

Yo me bajé del paquete en Montevideo, pues tenia ganas de conocer la ciudad, y de todos modos hasta el dia siguiente no seguíamos para Buenos Aires.

Tomé de mi equipage la ropa necesaria para vestirme ese dia y esa noche, y bajé á tierra.

Con algunas relaciones que tengo en Montevideo, paseamos todo aguel dia y gran parte de la noche.

Al dia siguiente por la mañana nos fuimos á un pueblo vecino de la campaña, á almorzar en la quinta de un compatriota y amigo y pasamos tan agradablemente el dia, que se nos fué el tiempo.

Cuando acordamos, era tan tarde que apénas tendríamos el tiempo necesario para llegar á la ciudad.

Tomamos las volantas á gran prisa y emprendimos la vuelta.

Pero estaba de Dios que algun fracaso debía sucedernos.

La señora Nina estaba encantada de la fina jovialidad con que hablaba Lanza y de sus afligidas gesticulaciones.

Le parecia estarlo viendo en el momento de sus apuros.

—En vano apuramos á los pobres caballos, continuó Lanza, en vano ofrecimos al cochero doble paga, todo fué inútil.

Cuando llegamos á la ciudad era demasiado tarde y el paquete habia seguido viaje.

Nada me importaba la pérdida del tiempo ni del pasage.

Lo que me mortificaba sumamente era que en el paquete iba mi dinero.

Yo habia bajado á tierra con unos pocos cientos de francos, mas que lo suficiente para pasar allí un dia y una noche, aunque hubiera tenido que hacer grandes extras.

No es que yo pensara que á bordo pudieran robarme, sinó que no podia calcular el rumbo que iba á tomar mi equipaje abandonado.

Mis amigos me tranquilizaron á este respecto.

Escribiremos á amigos de Buenos Aires, me dijéron, sin perjuicio de hacerles un telégrama ahora mismo, y ellos se encargarán de recoger tu equipaje.

A este respecto no tengas el mas mínimo cuidado.

Aquella manifestacion de mis amigos me dejó tranquilo y no pensé mas en mi equipaje.

Como ya estaba allí, aquellos diablos se empeñáron en hacerme pasear y conocer la ciudad por completo.

Es una lástima, me decian, que habiendo bajado no te quedes una semana, un par de dias ó tres.

¡Ya verás qué momentos te vamos á hacer pasar!

Aquellos demonios me tentáron de una manera poderosa.