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de su propietaria la señora Nina, era un hotel de segundo órden, pero bueno y de excelente trato.

Allí paraban y comian gran cantidad de capitanes de buques de ultramar y gente de mar de aquella que le gusta la buena vida y que no se fija jamás en cuanto gasta.

Solo exijen que se les dé de comer bien y suculentamente y que el servicio sea de un aseo irreprochable.

Como tenia buena clientela, la señora Nina habia surtido bien sus bodegas y el cocinero allí era de primera fuerza.

La cuestion para ella era tener conformes á sus clientes y que no cambiaran de alojamiento.

Era la señora Nina una mujer afable, de un carácter franco y desprendido, que vivia de la renta que le proporcionaba su hotel, renta que hubiera bastado á contentar al mas exigente.

Habituada á tratar con la gente de mar, honrada é íntegra sobre toda ponderacion, creia que todo el mundo era lo mismo y jamás abrigaba la menor desconfianza del que llegaba á su casa, por mas mala facha que tuviera, pues bajo la peor capa puede muy bien esconderse el mejor bebedor.

Allí se cuidaba y se atendia á los huéspedes de manera que ninguno tuviera de qué quejarse, para lo cual Nina les andaba adivinando el gusto en la manera de mirar.

Las piezas eran sumamente cuidadas, sin lujo, pero con un confortable completo y con todo lo necesario para pasar la noche de una manera agradable.

Comparado con el inolvidable hotel Washington, aquello era el cielo comparado con un pesebre de tambo.

—Cuando yo lo traigo aquí, dijo á Lanza su peon cicerone, es porqué puede alojarse el mismo Victor Manuel, sin extrañar ni su mesa ni su aposento de Palacio.

¡Qué sacramento!

La Nina trata á sus clientes á cuerpo de rey, y el que de aquí salga descontento, lo hará de puro vicioso.

—Me parece bien, respondió Lanza, me parece muy bien; de todos modos si me has alojado mal, peor para ti, porqué cambiaria de hotel sin ocuparte para la mudanza.

—No tenga miedo, ya vera usted como nunca ha comido ni dormido en un hotel de una manera mas famosa.

La señora Nina, sin malicia alguna, como lo hemos dicho ántes, quedó encantada no solo de la persona sinó del trato de Carlo Lanza.

El jóven tenia el don especial de prevenir en su favor á cuantos hablaban con él, mas si su interlocutor era una mujer.

El jóven habia hecho un estudio especial del lado flaco en las mujeres, al extremo de descubrirlo á primera vista y explotarlo en su beneficio.

En cuanto cambió cuatro palabras con la señora Nina, le vió la pierna de que cojeaba y se le durmió de ese lado.

Nina era sumamente afecta al buen trato, le gustaban las galanterías y los modales finos y atentos.

Y Lanza, de lanza se convirtió en un merengue, viendo que este era el modo de agradar á la señora Nina.