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cuando ménos lo esperaba y sin que hubiera podido meditar sobre la respuesta que mas le convenia.

Vaciló un momento y no supo qué responder.

—Espero su contestacion, insistió Caprile y usted debe justificarse, porqué este hecho arroja sobre usted una sospecha muy fea.

Lanza se repuso un momento y con palabra vacilante repuso:

—Ese hecho está destruido por sí mismo, pues cualquiera que me conozca sabe que yo no soy capaz de cometer una accion semejante.

—Sin embargo, el hecho existe, puesto que hay gente á quien se ha cobrado el cinco por ciento y que no vienen mas al escritorio por esta razon.

—Esa es una mentira miserable, respondió Lanza con un cinismo asombroso.

El que eso ha dicho miente como un verdadero miserable.

—Sin embargo, insistió Caprile, son muchas las personas que lo aseguran.

—Pues todas ellas mienten, contestó Lanza, todas ellas me calumnian miserablemente, repitió Lanza subiendo la voz.

Caprile empezaba á irritarse ante el cinismo inaudito de aquel hombre, pues en su turbacion, en su palidez y en su actitud misma habia comprendido que el hecho era cierto.

—Bueno, replicó, supongo por un momento que es rigurosamente exacto lo que usted dice.

¿Y cómo me explica usted que la clientela que ha desaparecido de mi casa se encuentra en el boliche de giros que usted ha establecido?

Lanza se encontró plenamente descubierto y juzgó inútil negar los hechos.

Recurriendo entónces á su máxima audacia y levantando siempre la voz, exclamó:

—¿Y qué quiere usted que yo rechace la clientela que cae á mi boliche, como usted dice? ¿pretende usted que yo lleve mi abnegacion hasta no trabajar para mí? ¡sería curioso!

—¿Entónces usted confiesa que ha abierto su boliche para explotarme en todo? ¿usted confiesa que sonsaca la clientela de mi casa?

—Yo confieso simplemente que no soy tan bruto para echar de mi casa á la gente que vá á ocuparme.

Demasiado lo he servido y lo he ayudado con mi crédito, agregó, y no estoy dispuesto á sacrificarme mas.

Iba á quedarme á instruirle un dependiente para que la casa no sufriera con mi separacion, pero desde que usted compensa tan mal mis abnegados servicios, dejo de pertenecer á su casa y le pido que me arregle mi cuenta si quiere, que si no, me es igual, el dinero que usted me debe no me ha de hacer mas rico.

La actitud de Lanza no podia ser mas insolente, y el señor Caprile habia concluido por perder la paciencia.

Y aunque así lo quisiera, no podia conservarse tranquilo, pues