Página:Carlo Lanza - Eduardo Gutierrez.pdf/260

Esta página ha sido validada
— 260 —

Pero si no aparecen en mi libro, el señor habrá perdido el dinero en otra parte y yo no puedo permitirle que venga á dirigirme el menor reclamo, mucho ménos en el tono que lo hace.

Caprile encontró sumamente justo aquel procedimiento, dando á su dependiente toda la razon.

Así es que el cliente se retiró quedando en volver al siguiente dia.

Lanza pretextó una salida imprescindible ántes de la hora habitual de retirarse, y se fué sin balancear el libro, tratando así de hacer el último esfuerzo para quedarse con aquel dinero.

A la mañana siguiente el reclamante se presentó en el escritorio á ver el resultado del balance dado por Lanza.

Como todas las mañanas, Lanza estaba solo en el escritorio y nadie podia escuchar lo que dijera.

Así es que con un tono áspero dijo al cliente:

—He encontrado exacto mi balance y usted habrá perdido el dinero en otra parte.

Si yo se lo hubiera dado de ménos, apareceria en mi libro y en mi libro no está; luego usted no tiene razon.

El hombre se irritó porqué tenia conciencia de lo justo del reclamo que hacia.

Pero Lanza se irritó tambien, porqué así convenia al papel que representaba y lo invitó á retirarse y á no importunarlo mas.

Se cambiáron entónces algunas groserías é inconveniencias y el cliente se retiró por fin asegurando que era la última vez que ponia sus piés en semejante casa.

Era precisamente lo que Lanza queria para embolsarse tranquilamente aquel dinero.

En cuanto el cliente se retiró, balanceó su libro para quedar á cubierto con Caprile y se metió al bolsillo el dinero que en prevision de todo tenia aun en el cajon, para el caso en que lo hubiera tenido que devolver.

Preocupado con las mil ocupaciones que sobre él pesaban, el señor Caprile no volvió á recordar aquel incidente del reclamo, creyéndolo ya completamente arreglado.

Lanza tuvo por su parte buen cuidado de no recordárselo.

El estaba seguro de que aquel cliente, como lo habia dicho, no pondria mas sus piés allí, y entónces su negocio quedaba en el misterio.

Los cuatrocientos francos ya ni Cristo los sacaria de su bolsillo.

En este intérvalo Lanza recibió de su suegro la segunda carta y la segunda remesa de mercaderías, pequeña tambien, pues aun no habia recibido el dinero y la noticia de haber sido vendido la primera.

Lanza se sintió entónces plenamente satisfecho.

Si su suegro le remitia nuevas mercaderías sin haber tenido noticias de las primeras, era lógico esperar que al saber y recibir el resultado de las primeras, se las remitiria entónces