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La cama estaba intacta y no habia que pensar ni un momento en ninguna clase de enfermedad.

Preguntáron entónces al mozo y este quedó tan sorprendido como ellos mismos.

—Salió esta tarde, dijo, y aun no ha vuelto.

¡Oh! el señor es muy amigo de los buenos momentos y no es extraño que ande en algun paseo ó aventura.

Ya volverá, tal vez de un momento á otro ande por aquí.

Los amigos resolviéron esperarlo, porqué no era propio cenar sin él en su casa, y armáron alegre farra con copas miéntras el anfitrion pegaba la vuelta.

Pero toda espera fué inútil; se pasó la noche y se pasáron las primeras horas de la madrugada sin que hubiese vuelto.

Los que mas confianza tenian con el amigo, se hiciéron servir chocolate con tostadas y se retiráron despues de decir al mozo:

—Cuando vuelva ese calavera hágale presente hasta que hora lo hemos esperado.

Para todos ellos era indudable que Carlo Lanza andaria entregado en alguna aventura amorosa á domicilio, y se proponian volverlo loco esa noche, haciéndole quemar el nombre de la santa.

Pero aquella noche sucedió lo que la anterior; el amigo Carlo no pareció por ninguna parte, ni en el hotel tenian la menor noticia.

La carta dejada por Lanza en el correo no habia sido entregada aun, de modo que nada podia saberse.

Ademas nada tenia de extraño la ausencia del jóven, conocidas sus tendencias á la buena vida.

Allí estaba su espléndido equipaje intacto, como una muda pero elocuente garantía de su vuelta.

El correo, recien á los dos dias despues de haber salido Lanza, llevó al hotel Washington la carta que habia dejado y que cayó allí como una bomba sin hacer grandes estragos, puesto que en ella se anunciaba la vuelta segura de Lanza y no se amenazaba en nada la cuenta enorme de gastos hechos en el hotel.

—Esto debe ser una simple calaverada, pensaba el dueño del Washington; solo por una calaverada ese jóven debe haber cambiado de nombre, pues no tiene ni aspecto ni facha de un criminal que lo hace para evadir la accion de la justicia.

A su vuelta nos haremos explicar la cosa, y si no lo hace de una manera satisfactoria, daremos cuenta á la Policía y salvaremos nuestra responsabilidad.

Respecto al pago de la cuenta, el dueño del hotel estaba tranquilo.

Era natural que anduviese en algun paseo, donde se habia entretenido mas de lo que pensó.

Allí estaba su equipaje del que no habia sacado una hilacha y que debia contener tambien dinero.

Pero llegó el fin de mes y pasáron los primeros dias del si-