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La ambicion desmedida que se había apoderado de Lanza, vino á hacerle sufrir el primer contraste.

Un dia se presentó al escritorio de Caprile una persona á hacer un giro fuerte sobre Génova.

Era la primera vez que se presentaba en el escritorio y Lanza pensó que podria impunemente hacerle una jugada que le dejara alguna utilidad.

Lanza salió á cambiar en oro el dinero que se le daba para hacer el giro pedido, regresando al escritorio inmediatamente.

Pero al dar el vuelto y hacer la liquidacion de la letra, se quedó con el valor de cuatrocientos francos.

Si el comitente contaba el dinero y notaba la falta, una equivocacion la sufre cualquiera; ¡qué diablo!

Devolveria el dinero y contra cualquier mal pensamiento estaba su crédito en el escritorio.

Y si el hombre no notaba la falta de dinero, Lanza hacia un buen negocio sin peligro de ningun género.

El cliente, confiado en el proceder de la casa, ni siquiera revisó el dinero y la cuenta.

Guardó todo en su bolsillo, y se retiró despues que le entregáron el correspondiente recibo.

Aquella tarde Lanza no cerró su libro como tenia de costumbre, intencionalmente.

Era una salida que se dejaba para el caso en que el hombre se presentara á hacer el reclamo al siguiente dia.

Pasado éste, ya no habia reclamo posible y él quedaba dueño del dinero.

Pero al dia siguiente el hombre se presentó á hacer su reclamo, diciendo que recien habia rectificado la cuenta y el vuelto, encontrando que le faltaban cuatrocientos francos.

Lanza sostuvo en términos enérgicos que habia devuelto el dinero exactamente y que bien comprendia que al dia siguiente no era posible atender un reclamo tan fuerte.

Pero el cliente se alzó con el santo y la limosna, alegando en términos descomedidos y violentos que se le habia dado dinero de ménos.

Lanza alzó la voz y la alzó el cliente tambien, acudiendo á la discusion el señor Caprile que se encontraba en su escritorio.

Dados los antecedentes de Lanza y lo tardío del reclamo, el señor Caprile observó al cliente que el error podia estar de su parte, pues con aquel dependiente nunca se habia tenido una dificultad.

Pero el hombre se mantuvo en sus trece.

Lanza vino entónces á dar un corte momentáneo á la cuestion, pero que el cliente en manera alguna podia rechazar.

—Casualmente yo no he balanceado mi libro anoche, dijo, y como ni el Papa es infalible por mas que se diga, puede ser que yo me haya equivocado.

Esta noche cerraré el libro y si aparecen los cuatrocientos francos de mas, los devolveré al señor y no tendré inconveniente en ofrecerle mis escusas.