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gadas por conducto de Caprile, los clientes de este empezáron á disgustarse.

Como todos los italianos se conocen entre sí, los clientes de Lanza empezáron á dar noticias á sus conocidos de sus familias, contando la rapidez con que obraba Lanza y la buena voluntad con que los atendia.

Y los descontentos de lo de Caprile empezáron á plegarse á su clientela espontáneamente.

A estos clientes que venian, Lanza les hacia sus observaciones y ponia sus dificultades.

—No quiero que vaya á creer Caprile que yo le estoy sonsacando á ustedes y que le hago la guerra en su propio escritorio.

—No sabrá nada, se apresuraban á decir los italianos, que creian mejorar en todo.

No sabrá nada, porqué no lo diremos é iremos allí de cuando en cuando, pero queremos cambiar de casa porqué esta marcha mejor y cobra mas barato.

—Si ustedes se comprometen á guardar silencio y á no decir nada aunque se lo pregunten, bueno, si no no quiero saber nada.

Y al primero que vaya á decir que es cliente mio y que yo sirvo ó no sirvo mas barato, no lo atiendo mas en mi vida.

Los italianos, que lo que deseaban era ser mejor servidos y mas barato, prometian cuanto Lanza queria, dispuestos á cumplir religiosamente lo que habian prometido.

Y empezáron á manejarse por intermedio de Lanza, demostrándose contentísimos con el cambio.

Con esta clientela era muy poco lo que Lanza podia ganar, pero no era esto lo que mas le preocupaba.

Aquella clientela le traeria otra nueva, sin contar con los que seguian abandonando la casa de Caprile, y en el número de clientes estaria entónces su enorme ganancia.

Tal era la desercion de clientes, que se sintió en el escritorio por la disminucion en los balances.

Pero lo atribuyéron á otras causas: á la escasez de trabajo y falta consiguiente de dinero.

Nunca se sospechó nadie que aquella fuera la obra del astuto Lanza, en quien tanta confianza tenian depositada.

Lanza siempre hablaba de mejorar en el escritorio, no diciendo una palabra de establecerse solo y por su cuenta, de modo que en él no podia tenerse la mas remota sospecha.

Antes que viniera contestacion á la carta de don Estéban, Lanza habia escrito ya dos ó tres cartas á su suegro, para ir ganando tiempo.

En ellas le hablaba de negocios magníficos, mostrándole la conveniencia de remitirle mercaderías á consignacion, indicándole que podia tomar informes de su persona en casa de los banqueros Parody, donde él hacia sus giros.

Los pocos giros que ya habia hecho Lanza, los habia hecho contra los banqueros Parody á quienes remitia fondos con anticipacion, para que sus giros pudieran ser cubiertos en el acto.