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De todos modos tenia siempre el derecho de decir que iba á Buenos Aires y volvia inmediatamente, dejando en el hotel y en efectos de su uso, algo mas de lo que importaba su cuenta.

Pero entónces su carta dirigida al dueño del hotel en su nombre venia á ser su perdicion, aunque siempre le hubiera quedado el derecho de alegar que era una broma.

De todos modos hubiera quedado perdido, pues tarde ó temprano se hubiera averiguado que no era mas que un aventurero, sin medios de vida conocidos.

El cuarto de hora que pasó la visita á bordo, fué el cuarto de hora mas amargo que pasó en toda su vida.

Recien cuando sintió que el vapor levaba anclas dando su tercer pitada, Carlo Lanza suspiró con entera libertad, pues calculó que la visita de la Capitania se había ido.

Cuando el vapor concluyó su maniobra de virar etc., y se puso en marcha, habia ya oscurecido, y fué recien entónces que Carlo Lanza se atrevió á salir del camarote á respirar el aire libre.

Ya no tenia que temer; al dia siguiente se hallaria en Buenos Aires y el dueño del hotel se quedaria esperando al supuesto Lanza hasta fin de mes, en cuyo tiempo recien se pondria á hacer diligencias para averiguar el paradero de Luis Repetto, el defraudador de sus comestibles y bebidas.

Nadie habia sospechado la salida de Carla Lanza de Montevideo.

Los flamantes amigos, y sus amigos habituales extrañáron de no verlo aparecer en su tertulia del Alcázar, y sospecháron que estaria entretenido en alguna aventura amorosa.

Pero en vano lo esperáron durante la funcion y un buen rato en el café de enfrente; Carlo Lanza no apareció.

—¿No se habrá enfermado ese cachafaz? preguntó entónces uno de los que esperaban.

La cena de anoche fué muy borrascosa, fué horriblemente borrascosa y no seria extraño que estuviera enfermo.

Se hizo la mocion de ir á su casa, y aprobada por unanimidad, todos se dirigiéron al hotel Washington.

La salud de su amigo Lanza importaba la salud de los bifes con papas y otros buenos platos, siendo preciso no descuidar al uno para conservar los otros.

Todos saliéron del casino y enderezáron al hotel Washington donde llamáron como acostumbraba á hacerlo Lanza.

El mozo, que esperaba como siempre, abrió la puerta, y sin fijarse en quienes entraban, dejó pasar á todos y se fué á encender luz.

Los amigos y amigas se largáron al cuarto de Carlo, miéntras el mozo, habituado á aquellas borrascas, preparaba todo lo concerniente á la cena.

Lanza tenia todo el aspecto de dar buena propina á fin de mes, y era preciso tenerlo contento para que la aflojara en buena cantidad.

Los visitantes quedáron sorprendidos al no hallar allí al visitado.