Página:Carlo Lanza - Eduardo Gutierrez.pdf/245

Esta página ha sido validada
— 245 —

tomó ropa con que levantarse al siguiente dia, encargando á esta le remitiera temprano el resto de la ropa para poder salir á la calle, pues consigo no llevaba sinó ropa de casa.

Cuando Luisa y Lanza saliéron sin que nadie los notara, la fiesta quedaba en su mayor apogeo.

Se seguia bailando alegremente sin que ninguno notara la ausencia de los recien casados, pues creian que anduvieran en el interior de la casa atendiendo las necesidades de la reunion, segun decia don Estéban.

Una vez metido este en jarana de baile, etc., queria llevar la diversion hasta el fin.

Así es que al té y café se habia seguido el chocolate y al chocolate una cena familiar entre sus amigos mas íntimos y que no habian comido con él

Era la primera y tal vez la última fiesta que don Estéban daba en su vida, y deseaba sacarle el jugo aprovechándola por completo.

El gasto estaba hecho y la concurrencia presente, pues no habia mas que divertirse miéntras lo permitiera la noche.

Cuando se notó la ausencia de los novios era ya tardísimo de la noche y no se pensaba sinó en rodear de nuevo la mesa del comedor para restaurar las fuerzas perdidas en el baile y la chacota.

Toda tentativa de cumplimiento ó etiqueta habia desaparecido con el ejemplo de aquel travieso curita, incansable en la chacota y la broma.

A cada momento exhortaba á su fieles para seguir el ejemplo de Lanza, recomendándose siempre él como candidato para verificar la union.

Y esto daba lugar á un sinnúmero de bromas chistosísimas y epigramáticas.

La reunion, reducida ya á las amistades de mayor confianza de la casa, era compuesta de paisanos de don Estéban, gente inocente, sin malicia de ninguna especie y que se encontraba allí tan bien, que la cena se prolongó hasta la madrugada.

El último en despedirse fué el curita, que hasta entónces no habia cesado de reir y de embromar un solo momento.

Don Estéban, temiendo que «el fresco» de la madrugada se le pudiera ir á la cabeza, le propuso que se quedara allí á dormir, que él le prepararia cama en el vacante aposento de Luisa.

Pero el curita habia tenido una cabeza maravillosa.

No solo se manifestó perfectamente sereno á pesar de todo lo que habia bebido, sinó que todavía podia beber á la salud de todos los matrimonios que se habian proyectado.

Y cuando don Estéban manifestaba alguna admiracion, le decia:

—Si yo en ayunas me alcanzo á decir unas veinte misas sin perder los estribos, calculen lo que seré capaz de beber teniendo buen lastre en el estómago!

Esta declaracion del curita habia dejado maravillado pode-