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Es la moza la mujer mas hermosa que he conocido y casado.

Es que Luisa estaba verdaderamente bella.

—Bueno, amigo mio, dijo Lanza con aire zumbon, cásenos de una vez que es lo que nos hace falta por ahora; para los elogios hay tiempo.

Luisa estaba positivamente avergonzada de tanto elogio y tanta mirada, pues en aquel momento era el blanco de todos los ojos.

El curita, que estaba algo gineteado por la sangre de Cristo que habia inoculado á la suya, se puso los avíos de casar, es decir, el corbaton, su libraco y un cinturon, sin cuyos requisitos no hay casamiento posible.

Todos se pusiéron de pié y el cura empezó á rezar unas oraciones que nadie entendió y cuya virtud está en esto precisamente, pues si álguien las entendiera, perderian su eficacia.

La ceremonia fué corta, todo lo corta que se pudo, pues así lo habia recomendado Lanza á su amigo, quedando así constituido aquel nuevo matrimonio, cuna de un sin fin de graciosas aventuras que mas adelante verán nuestros lectores.

Con la última cruz en el aire hecha por el amigo cura, resonó el piano en un alegre wals.

No faltó quien viniera á invitar á la graciosa desposada, pero Lanza reclamó para sí ese honor.

—Me corresponde de derecho esta primer pieza, dijo Carlo, es demasiado bella mi mujer para que yo pierda un momento de estar con ella.

Y se lanzáron al torbellino del wals, que Carlo bailaba de una manera maravillosa.

Concluido aquel wals, los recien casados pasáron al comedor como á tomar una copa de vino, llamando allí Lanza á don Estéban que miraba encantado la pareja, recordando la noche de sus propias bodas.

—La reunion, amigo mio, está muy bella, muy entretenida, y me quedaria aquí toda la noche entera bailando y entretenido, pero ahora me confieso un poco egoista.

Prefiero retirarme con mi mujer á mi casa, porqué la noche está muy húmeda y mas tarde puede hacerle mal á Luisa.

Si usted me lo permite, yo me voy á retirar sin despedirme de ninguno, pues si me despido de uno tendré que despedirme de todos y van á empezar á embromarme porqué me quede.

—Puedes irte no mas, por mi parte, respondió don Estéban sonriendo picarescamente; puedes irte no mas, que es muy natural tu deseo.

—Bueno, tio, discúlpeme, dijo Luisa, con los que pregunten por mí, y hasta luego.

—Anda no mas, buena pieza, anda no mas, que quedas disculpada sin necesidad que yo te disculpe.

Y se puso á reir como si le hubieran hecho cosquillas.

Es que la alegria por un lado, y por otro las bromas de los amigos Chianti y Barbera lo habian puesto fuera de juicio.

Luisa se fué á las habitaciones de su tia, donde se tapó y