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viejos no estén aquí á mi lado, para hacerlos partícupes de mi felicidad.

Esta es tanta, que me hace echarlos de ménos, puesto que solo con ellos podré compartirla.

—Nunca la felicidad es mas de la que puede contenerse, decia el curita empinando sendos y morrudos vasos de sangre de Cristo, y la felicidad que reporta el matrimonio, no debe compartirse con nadie.

Estos gracejos eran estruendosamente festejados por los invitados, que veian en aquel curita un hombre liberal y franco.

La comida fué así sumamente alegre, pues se habia establecido entre todos la mayor confianza, confianza que el curita sabia mantener con sus bromas perfectamente correctas y aceptables.

Terminada la comida, y miéntras los hombres echaban un cigarro y las mujeres pasaban á la sala, Luisa, acompañada de su tia, se fué á poner el traje que debia servirle para el casamiento.

La tia era la encargada de arreglarla, porqué se habia suscitado un cambio de ideas á propósito de las flores que debia llevar.

Luisa no queria ponerse azahares, puesto que ella era una viuda, decia.

Pero la tia le observaba que el ponerse otra clase de flores seria hacer un mal papel ante los demas que no estaban en autos.

—Prefiero hacer un mal papel ante los demas, de quienes nada me importa, habia dicho Luisa, que hacerlo ante mi marido que está al corriente de todo.

La situacion se salvó arreglando entre ambas que Luisa no llevaria flores de ninguna clase, ni mas alhaja que el brillante de compromiso que le regaló su novio.

Su vestido era un espléndido vestido color violeta claro con adornos blancos, que realzaba su hermosura de una manera poderosa.

Luisa en aquel traje era una mujer poderosamente espléndida.

No podia estar mas sencilla ni mas elegantemente vestida.

Los invitados al casamiento habian ido llegando y la casa llenándose poco á poco de amigos de ambos sexos que no querian faltar á la ceremonia.

Como el cura estaba allí y allí estaban novios y padrinos, solo se esperó que Luisa estuviera pronta para dar principio á la ceremonia.

Don Estéban fué adentro á anunciar que era preciso apurarse, y Luisa se presentó por fin en la sala, acompañada de su tia y madrina.

Fué el curita el primero que vino á recibirla, lleno de cortesias y cumplimientos.

—Pues, caro Lanza, le dijo, se lanza usted en la vida del matrimonio, de una manera capaz de dar envidia al mas indiferente.