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Era el único hombre á quien Lanza temia, porqué sospechaba que conociera algo de su pasado.

Concluido todo lo de la Cúria, fuéron á tomar los dichos á Luisa y á hacerle firmar el contrato.

Todo quedó consentido y arreglado, fijándose ese sábado para que tuviera lugar el casamiento.

Este debia tener lugar en casa del tio de Luisa, porqué el mismo don Estéban lo habia pedido así.

Hombre rico y desprendido, habia querido hacer el último gasto que habia de causarle su sobrina, con cierto rumbo que llamara la atencion de sus paisanos.

Desde que el muchacho era tan rumboso, justo era tambien que él lo fuera por una sola vez.

Tanto Lanza como su sobrina habian elegido padrino á don Estéban y madrina á su consorte.

Padrinos por partida doble, no tenia don Estéban mas remedio que hacerse ver y aflojar la mano.

De todos modos era bastante rico para que la ausencia de diez ó quince mil pesos pudiera hacer mella en sus bolsillos.

—El sábado se casan en casa, habia dicho don Estéban á Lanza desde que se fijó el dia del casamiento; puede usted invitar á los amigos que guste sin cumplimiento de ningun género, puesto que usted pertenece ya á la familia.

Yo tambien invitaré á algunos amigos de confianza, y despues del casamiento haremos un poco de música en familia no mas, para festejarlo alegremente.

Aquellas demostraciones de cariño por parte de don Estéban habian seducido á Lanza inspirándole un verdadero cariño por el tio de su mujer.

El único rencor que podia haber abrigado por él era el de haber abandonado á Luisa, pero esto mismo contribuia á su cariño por don Estéban, pues si este no hubiera abandonado á su sobrina, él no la habria conocido en su desamparo y no habria podido realizar aquel gran negocio.

Luisa parecia mas hermosa que nunca.

La felicidad la habia rejuvenecido, y vestida con sumo gusto y elegancia habia tomado un aspecto verdaderamente espléndido.

El mismo amor intenso que sentia por Lanza contribuia á embellecerla y á aumentar la simpatía de su expresion juvenil y feliz.

Lanza la miraba extasiado; él mismo habia concluido por enamorarse locamente de la hermosura de Luisa que llenaba por completo su vanidad al mismo tiempo que todas sus aspiraciones.

El, que por pescar el dinero no habia vacilado en proponer casamiento á su vieja modista; él, que se hubiera casado con una escoba, siempre que esta escoba fuera rica, ¿cómo no habia de envanecerse con aquella mujer rica, jóven y poderosamente bella?

Tan soberbio consideraba el negocio, que deseaba llegara cuanto ántes aquel sábado, porqué temía que un aconteci-