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—El asunto es este: se trata de que usted se meta en la iglesia que mas rábia le dé y se confiese allí de lo que mas le dé la gana, con tal que no importe un delito.

Una vez confesado dice que se llama Carlo Lanza, y saca su boleto.

Con un boleto que acredite que Carlo Lanza se ha confesado, yo no necesito mas para casarme y así lo habré logrado sin hacerle el gusto á esos farsantes.

—Pero este no es un servicio que yo hago á usted, exclamó el italiano soltando una gran carcajada, sinó un enorme placer que me proporciono! cuente usted con la mas completa y santa boleta que pueda conseguirse!

Me confesaré de tal manera, que el cura quedará asombrado de mi santidad; nunca habrá escuchado una confesion mas pura y santa.

Seré Carlo Lanza para este agradable acto de mi vida, y si alguna vez tropieza con algun amigo que quisiera hacer lo mismo, no piense en otro que en mi.

¡Jugar una pasada á los frailes! sería capaz de cualquier sacrificio por hacerlo!

Lanza estaba en el colmo de la alegría, pues acababa de vencer la última dificultad que se le ofrecia.

Aquella misma tarde, el italiano amigo, bajo el nombre de Carlo Lanza, se confesó en la iglesia del Socorro.

Nunca se habia escuchado una confesion mas santa! aquel hombre no tenia de que acusarse, pues su vida habia sido dedicada á hacer bien á los demas, y si en aquellos momentos se encontraba pobre, era porqué su fortuna la habia empleado en socorrer á la iglesia y á los menesterosos.

El cura, maravillado ante esta confesion, lo exhortó á seguir en aquella santa vida que le haria conquistar el cielo, y lo citó para el dia siguiente para darle la comunion y el boleto correspondiente.

—Es el boleto que he dado con mas gusto, dijo, porqué él vá á ser causa de que se forme una familia santa y educada en la caridad y el temor de Dios.

El confesado salió de allí mas contento que quien se ha sacado una loteria grande, despues de haber besado apasionadamente el hábito del sacerdote, que le dijo al salir:

—Ya sabes, hijo mio, que para comulgar es preciso venir en ayunas, así es que debes venir temprano.

Aquella misma tarde el amigo refirió á Lanza lo que le habia pasado, quedando en almorzar juntos al dia siguiente para entregarle el boleto de confesion.

Y al dia siguiante, despues de haberse engullido una enorme taza de chocolate con tostadas, el falso Lanza se presentó en el Socorro á misa de nueve, y dándose formidables golpes de pecho, se tragó la divina hostia con una verdadera devocion de santo.

De allí pasó á la oficina del cura, donde le extendió éste su boleta de confesion, mediante cien pesos que Lanza en-