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Al principio, como no tenia mucho dinero que malgastar, habia limitado sus limosnas á la Catedral, para hacerse conocer del Arzobispo y de la gente copetuda.

Fué despues que dispuso de mas dinero, cuando empezó, como se verá, á hacerlas extensivas hasta los curatos de campaña, donde mas provecho habia de sacar.

La única cosa que lo molestaba en el asunto de su casamiento, era el negocio de la confesion, que no habia medio de evitar.

Para casarse era indispensable el boleto de confesion, y para obtenerlo no habia mas remedio que confesarse.

El doble aliciente del precio del boleto y la diversion que una confesion representa para los curas, hacen muy difícil obtener el boleto sin pasar por el acto.

A Lanza le hubiera sido muy fácil obtenerlo, pero como él queria pasar por un santulon en toda regla, no le convenia mostrar que queria sacar el bulto á la confesion, pues esto habria dado lugar á malas sospechas.

Solo una travesura podia salvarlo de estas dificultades y á ella apeló Carlo Lanza.

Entre la infinidad de italianos con quienes tenia trato diario en el escritorio, los habia de todo pelaje y de toda creencia.

Sabido es que entre los italianos y en materia de religion, no hay término medio posible.

O son católicos creyentes hasta comerse los santos ó son ateos al extremo de insultar á los santos, y al mismo Dios, por un hábito de lenguaje.

Entre estos últimos buscó Lanza el hombre que necesitaba, y lo abordó francamente, refiriéndole el caso con toda franqueza.

—Me voy á casar, amigo mio, le dijo, y necesito de usted un servicio de la mayor importancia.

Para que á uno lo casen, no hay mas remedio que presentar un boleto de confesion, y para obtener este boleto no hay mas remedio que confesarse.

Francamente yo detesto estas farsas de la religion al extremo de preferir romper con mi casamiento ántes que ir á arrodillarme á los piés de uno de esos roñosos y contarle lo que he hecho ó lo que no he hecho en el mundo.

Para salvar esta dificultad, es decir, para que yo me pueda casar sin confesarme, no hay mas que un remedio, y este es precisamente el servicio que yo necesito de usted.

—Yo detesto cordialmente á los frailes, respondió el jóven, y por jugarles una farsa soy capaz de pagar, no digo servir á un amigo como usted.

¿Quiere que me vista de cura y los case? pues no tiene mas que hablar.

—Eso tiene su peligro, respondió Lanza, y yo por nada de este mundo comprometeria á un amigo.

El servicio que yo necesito es mas sencillo y no compromete en manera alguna al que lo presta.

—Pues diga usted en qué consiste, amigo mio, y délo por hecho.