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bre falso y esto era lo que mas lo mortificaba, porqué comprendia que el crédito debia ser la base de todas sus operaciones en lo futuro.

Entre tanto solo faltaban cinco dias para terminar el mes, lo que queria decir que solo tenia tres dias para efectuar su viaje.

Diablo de viaje que tanto le preocupaba.

Despues de pensar mil veces en la cosa y volver á pensar á cada momento, se resolvió por fin á perder el equipaje, único medio de verse libre del hotel y de su cuenta.

Lanza tomó pasage el 26 para salir en el vapor del 27, y esa noche armó el trueno del siglo.

Jamas el hotel Washington sirvió una cena mas suculenta ni mas admirablemente rociada.

Los vinos generosos eran generosamente vaciados en el estómago, á la salud de todos los santos, despues de haber agotado el número de todos los personajes conocidos.

Carlo Lanza tuvo muy buen cuidado de dejar de beber, cuando sintió colmada la buena medida.

Una indiscrecion podia costarle cara, y era preciso tener bien despejada la cabeza para no cometerla.

Así es que troncó cuando sintió llena la medida, sin que hubiera nadie capaz de hacerle beber un trago mas.

Las parejas siguiéron bebiendo á la salud de la humanidad y de la divinidad, hasta que fuéron cayendo rendidas por la fuerza magnética de Baco, que á nadie respeta.

Carlo Lanza, seguro de que aquella noche seria recordada con placer íntimo por sus flamantes amigos, se acostó á la madrugada.

Pero á las dos de la tarde estaba ya en pié, perfectamente lavado y peinado, é ideando el medio de llevar consigo la mayor canditad de efectos posible.

Podia fingir un paseo al campo y llevar en una balija chica su mejor ropa.

Pero le parecia que esto sería hacer entrar en desconfianzas al dueño de casa, lo que no era ni diplomático ni conveniente.

Al fin se resolvió á abandonarlo todo á la buena de Dios, y salvar siquiera dos trages.

Al efecto, se perfumó y vistió como tenia de costumbre, con la sola diferencia que en vez de ponerse una camisa, se puso tres, dos pantalones, dos jaqués y un paltó delgadito.

Envolvió en un papel un par de botines rellenos de medias y pañuelos de mano, paquete de que nadie podia desconfiar, pues entrar ó salir con un paquete era cosa habitual en él.

Y sin mas bagaje, salió del célebre covachon Washington á las cuatro de la tarde.

El vapor salia á las cinco y media, lo que lo dejaba libre una hora y cuarto, pues él no queria embarcarse sinó en el último momento.

Carlo Lanza compró papel y sobres en una libreria y se entró á un café, donde con letra clara y segura escribió la siguiente carta: