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El casamiento soñado.


Los dos jóvenes se dirigiéron á casa de Maggi, donde descendió Luisa radiante de alegria.

—Es la hora de comer y llego en buen momento, ella dijo, porqué así todos estan reunidos y la cosa se hace mas fácil.

—Bueno, mi vida, convence al viejo, dijo Lanza dando á Luisa su primer beso; hasta las seis en el escritorio de Caprile; despues de esa hora, en mi casa.

—No tengas cuidado, respondió la jóven, es mi felicidad eterna lo que se juega, y yo he de saberla defender, ya verás.

La jóven penetró á casa de su tio, radiante de alegría y de belleza.

Lanza despachó la volanta y se dirigió al escritorio de Caprile, considerando aquel dia el mas feliz de su existencia.

—Si el viejo no quiere será una broma, pensaba, porqué un casamiento hecho contra su voluntad me pone en malas condiciones de relacion con el padre, miéntras que si este consiente, aquel me recibirá cariñosamente.

Es preciso á todo trance ganarse la buena voluntad del tio, y si ella no puede, lo convenceré yo, usando de todos mis recursos, pues no es posible que una empresa que he podido llevar á tan buen término, fracase por el capricho de un viejo zonzo y pillo, porqué si no quiere será porqué ha olido la cosa.

¿Qué mas quiere una mujer en las condiciones desgraciadas de Luisa, que un marido como yo, que la dignifica con el solo hecho de casarse con ella?

Si el viejo quiere realmente á su sobrina y no penetra mi verdadero objeto, que es bastante difícil de penetrar, asegurará el casamiento por temor que fracase y pensará que yo soy un pobre imbécil digno de la mayor compasion.

Y pensando que álguien pueda abrirme los ojos lo apresurará en lo posible.

Tan alegre llegó Lanza al escritorio, que sus compañeros y hasta el mismo señor Caprile lo notáron en el acto, preguntándole qué podia motivar una alegria tan inusitada.