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Poco despues salió del escritorio mi padre y viniendo á donde yo estaba me dijo bruscamente:

—Acabo de despedir á ese imbécil, porqué al casarse contigo pretendia casarse con mi fortuna.

Cuidado con lo que se hace en adelante, Luisa, porqué yo no he trabajado para alimentar haraganes.

No me atreví á contestar una palabra.

Dí vuelta el semblante para ocultar mis lágrimas y seguí trabajando.

Mi padre se retiró sin decirme una palabra.

Aquel dia fué para mí de insoportable tormento.

A la tarde, cuando mi padre salió como de costumbre, entró rápidamente Arturo y me entregó una carta, diciéndome:

—Toma y trata de tenerme la contestacion para mañana á esta hora; es el solo medio que tenemos de entendemos por ahora y es necesario no perderlo, por eso no me demoro mas.

Y salió tan rápidamente como habia entrado.

Mi padre demoró unos pocos minutos; sin duda temia que Arturo viniera en su ausencia y solo habia salido á algo muy urgente.

Miró por todas partes y no hallando nada que pudiera hacerlo sospechar, se metió á su escritorio.

Recien á la noche pude leer la carta de Arturo.

El pobre me contaba con frases llenas de amargura y de dolor lo que yo sabia tan bien como él.

No hay que tener la menor esperanza en que tu padre ceda, y es necesario que me digas si estás dispuesta á hacer lo que yo te indiqué, si no, no podremos vernos mas, y ante tamaña desventura yo me mataré, Luisa mia, porqué la vida sin tí no la quiero para nada.

Esta carta me produjo una impresion tremenda.

Ya se me figuraba ver á Arturo muerto por mi amor y acusándome de su muerte; aquello era orrible para una niña impresionable como yo lo era entónces.

Se me figuró que ya no lo volveria á ver mas en la vida, que yo sería un ser desventurado, y le contesté con toda la vehemencia de mi cariño así amenazado.

Te amo siempre, Arturo, pero ahora te amo mas que nunca.

Todo cuanto me indiques lo haré sin vacilar y aunque me hubiera de costar la vida; no te desesperes, que mi amor no ha de faltarte un solo momento.

Guardé aquella carta que debia entregarle al otro dia, y como la noche anterior no habia dormido, me dormí profundamente.

Al siguiente dia me levanté tan temprano como siempre y me puse á trabajar sin saber lo que hacia, pues todo mi pensamiento estaba en Arturo y en el momento que le debia entregar mi carta.

Largo fué para mí aquel dia, inmensamente largo.

Mi padre salió como el anterior, tarde y apénas un momento.

Pero aquel momento fué lo suficiente para que entrase Ar-