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—¿Y si tu padre se niega? me preguntó pálido y tembloroso.

Mira que si él no me quiere me vá á despedir de su casa, y vamos á perder la felicidad íntima de estar juntos.

—Si se niega ahora, es porqué se ha de negar siempre, le contesté.

Yo lo rogaré, yo lloraré, yo haré todo lo que esté en mi mano para hacerlo ceder.

—¿Y si á pesar de todo esto no cede?

—Poco importa, no por eso ha de disminuir el amor que te tengo y podremos poner en juego otros recursos.

—Si tú me juras que una negativa de tu padre en nada puede disminuir nuestro amor, me dijo, hoy mismo mando á mi padre que hable á don Luis.

Yo juré á Arturo que nada en la tierra era capaz de disminuir el cariño inmenso que yo le profesaba, y él se resolvió entónces á dar el paso que tanto miedo le imponia.

Habló con su padre y en la noche del dia siguiente éste vino á hablar con el mio.

—Yo no tengo valor para quedarme aquí, me dijo Arturo, porqué tengo miedo que tu padre me llame y me eche una peluca espantosa despidiéndome de su casa.

Mañana ya es distinto, porqué se habrá enfriado, se le habrá pasado la rábia y será mas fácil ablandarlo.

Si la contestacion es favorable, yo te lo avisaré mañana en cuanto abran el almacen; si es fatal no necesitas que yo te lo avise, porqué el mismo don Luis te lo dirá esta noche, recomendándote, probablemente, que no vuelvas á mirarme á la cara.

Confieso que al oir hablar así á Arturo tuve miedo, pero un miedo que pronto se disipó por un pensamiento razonable.

¿Qué razon podia tener mi padre para oponerse á mi felicidad?

No existia ni aun la misma de su miseria, puesto que nada se le pedia y puesto que se trataba de un jóven tan honrado y trabajador que él mismo le dispensaba toda su confianza.

Cuando vino el padre de Arturo y se encerró con el mio en el escritorio, sentí despertarse en mí el sentimiento de la curiosidad, que nunca habia conocido, y me puse á escuchar lo que hablaban, al lado de la puerta.

¡Qué momento de amarga angustia! no recuerdo otro tan desagradable y tan triste.

Desde las primeras palabras del padre de Arturo en que pudo comprenderse el objeto de su visita, el mio se puso de un humor espantoso.

—Es inútil que usted siga adelante, le dijo, porqué lo que usted viene á pedirme es un desatino digno de un loco.

—Pero, amigo mio, decia aquel hombre razonable, no puede haber nada mas justo ni natural que lo que yo le digo á usted, salvo que usted tenga otros proyectos para su bella hija.

Arturo es un muchacho bueno, digno y trabajador; nadie mas aparente que usted para conocerlo, puesto que lo tiene á su lado.

¿Qué cosa mas natural que querer casarse con una niña igualmente digna y bella?