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—Puedes descansar, hija mia, me dijo, yo me voy porqué tengo que cumplir allí mis tristes deberes de enterrarla.

No te preocupes por mí, aunque no vuelva hasta mañana, pues ya comprendes todo lo que allí tengo que hacer.

Mi padre se retiró y yo quedé dominada por el espanto de todo lo que en aquellas horas habia pasado por mi espíritu.

En todas partes creia ver el semblante de la moribunda, y mi terror fué tal, que desperté á toda la servidumbre para que viniera á acompañarme.

Me parecia que la muerta venia á llevarme con ella y no podia disimular mi miedo.

Nada quise decir á los sirvientes de lo que pasaba, pues yo no sabia si esto podia disgustar á mi padre.

Este no volvió á casa hasta el otro dia, sin duda despues de haber cumplido con todos los deberes del entierro.

Cuando vino, me entregó un anillo con un grueso brillante, diciéndome que era un recuerdo que la dama habia dejado para mí y que no debia sacar nunca de mi mano.

Desde entónces mi padre quedó con una expresion sombría en el semblante, que no debia disiparse mas; se conocia que habia querido profundamente á aquella mujer.

Y quedó así dueño de todas aquellas propiedades que, para salvarlas de una ejecucion, habian sido puestas á su nombre.

Aquella mujer no tenia pariente alguno cercano.

Uno muy lejano se presentó á reclamar la herencia, pero solo pudo apoderarse de los muebles y objetos que adornaban la casa que ella habitaba y que mi padre no quiso ó no pudo retener.

Desde entónces solo se dedicó á atender los negocios de la casa, que prosperaban notablemente.

Todas las aves curiosas que para el museo llegaban de América y de otras partes, eran confiadas á él para que las embalsamara, en la persuasion de que nadie habia de hacerlo mejor.

Ocupado de otros asuntos que le daban una utilidad mayor, el embalsamamiento de las aves estaba absolutamente confiado á mi, que concluí por hacerme tan hábil como él para su preparacion.

Mi otra hermana, aunque mucho menor, fué sacada tambien del colegio y traida al almacen, donde yo debia enseñarle todas las preparaciones que conocia, tanto para las aves como para las plumas.

Hombre eminentemente desconfiado, solo se fiaba de nosotras, y sus libros no permitia que fueran tocados sinó por mí.

A pesar de todo lo que trabajábamos en su beneficio, vivíamos con terrible miseria.

Recuerdo con espanto aun, que los dias mas crueles de invierno los pasábamos con la misma ropa que habíamos usado en el verano.

Jamas nos dió un centavo para poder gastar en un chiche, ni se pasó en su casa de la miserable comida de siempre.

Habia sin embargo en el negocio ciertas cosas que nosotras no podíamos hacer, porqué no teníamos el tiempo suficiente.