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Ya lo declaraba marchante oficial.

Lanza sonrió á aquella judía espantable, diciéndole amablemente: pues señor, me ha adivinado usted el pensamiento.

Pero aquello hizo á Luisa una impresion de todos los diablos.

Palideció intensamente y cuando la patrona se hubo retirado, dijo al jóven:

—Esto es inicuo y yo no quiero servir de pretexto á tan infame explotacion, no quiero que usted pague mas champagne.

—¡Pero, tonta, si pago el placer de verte y estar contigo!

—Ya nos veremos cuando no tengas que pagar tan caro ese placer.

De todos modos, miéntras haya vino en las botellas, para beberlo pronto no nos van á dejar solos, y cuado se acabe, no nos dejarán tampoco, para que pidas mas, eso si como ahora, no te lo traen sin haberlo pedido.

—Deja, tonta, una noche mas no vale la pena; será la última.

—No quiero, y si pides mas ó consientes en que te lo traigan, me enojo y lo devuelvo.

—No hagas eso, por Dios, nos echaríamos encima el ódio de esa judía por el valor miserable de una botella de champagne mas ó ménos.

Consiente siquiera por esta noche, te prometo no hacerlo mas en adelante.

Luisa consintió con visible disgusto, y como ella lo habia dicho sucedió lo mismo que la noche anterior, no pudiéron hablar sinó muy pocas palabras.

Cebada y ávida de dinero, la patrona enviaba á cada momento á las muchachas para que se bebieran el vino, con el encargo de pedir mas.

Y Lanza, aunque con profundo disgusto de Luisa, se vió obligado á aceptar dos nuevas botellas que, como las primeras, viniéron sin que las hubiera pedido.

La misma patrona contribuyó eficazmente al consumo de estas últimas.

Y ya se preparaba á completar la media docena, cuando á una indicacion de Luisa, Lanza pagó las cuatro consumidas y se preparó á irse contra toda su voluntad.

—No tendria usted dinero bastante á saciar la voracidad de esta gente, le dijo cuando se halláron solos, y es preciso que esto se acabe, porqué yo soy el pretexto de la explotacion y esto me dá náuseas.

Mañana nos veremos con toda libertad; no quiero que usted vuelva aquí.

Lanza, despues de convenir otra vez en la hora, se retiró considerándose completamente feliz.

La conducta de Luisa no solo le demostraba cariño verdadero hácia su persona, sinó que corroboraba su modo de pensar respecto á la bella jóven.

—No puede ser un espíritu pervertido, pensaba, cuando obra de esta manera.

Hay en su fondo mucha pureza y en su conducta una decencia que está reñida de muerte con el sitio donde se halla.