Página:Carlo Lanza - Eduardo Gutierrez.pdf/164

Esta página ha sido validada
— 164 —

Y se puso reposadamente en su seguimiento, tratando de no ser notado.

Miéntras mas miraba á la mujer, mayor era su entusiasmo y mayor el deseo de hacer relacion con ella.

Al atravesar la esquina de Maipú, la mujer dió vuelta la cara, y notando que era seguida, sonrió dejando ver una dentadura espléndida é hizo un movimiento de suprema coquetería que estremeció á Carlo Lanza en lo íntimo de su corazon.

Aquella mujer era de lo mas bello que habia visto hasta entónces en el género á que él podia aspirar.

No podia equivocarse: tanto el semblante como el aire, tenian una expresion de líneas italianas de lo mas soberbio.

Aquella mujer debia ser italiana, y de lo mas bello de aquella nacionalidad.

La mujer que la acompañaba no era una sirvienta sinó una amiga, por el traje que vestia y por la confianza con que con ella hablaba.

Por consiguiente tanto una como la otra debian de ser mujeres de aventura fácil.

Pasada la calle de Esmeralda y como á la mitad de la cuadra, las dos mujeres se detuviéron delante de uno de aquellos casinos que entónces tanto abundaban.

La mujer bella volvió la cara como para observar si aún eran seguidas, y despues de sonreir con placidez infinita que acusaba la satisfaccion que aquel seguimiento le causaba, entráron ambas al casino, despues de detenerse un momento en la puerta como quien quiere dar á entender que entra á su casa.

Lanza se metió rápidamente como para no ser notado, porqué siendo aquellas horas de trabajo, su entrada al casino no podia hacer buen efecto entre las personas que lo vieran.

Desde que salió de lo de la inolvidable doña Emilia, era la primera vez que Lanza entraba á un casino, de modo que la vista de aquel sitio le produjo una extraña emocion.

El recuerdo de doña Emilia y de su ingrata amante le hizo estremecer de una manera poderosa y quedar pensativo un momento.

Aquellos recuerdos le hacian pensar en las situaciones angustiosas porqué habia pasado y en las que iba á crear para él aquella mujer tan bella que lo habia enamorado al primer golpe de vista.

Allí, detrás del mostrador, semejante á un cancerbero, estaba la dueña del casino, contemplándolo con su mirada judáica, como extrañando su presencia.

Es que un hombre de su aspecto en un casino á aquellas horas del dia, era cosa poco comun.

Pues Lanza tenia realmente el aspecto de un banquero, por el aire que habia logrado imprimir á su persona y por su traje correcto y rico.

La atencion á un cliente tan delicado era cosa obligatoria, porqué son clientes que dejan siempre una buena entrada.

Así es que la patrona salió del mostrador donde estaba en-