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Indudablemente la mujer habia penetrado su intencion, comprendia todo el alcance de sus cálculos y se ponia en guardia hábilmente, velando su pensamiento con razones de conveniencia para él, cosa que no habria pensado ninguna otra mujer que hubiese pensado en situacion igual.

No podia quedarle pues la menor duda de que la modista era invulnerable por el lado del dinero y que era preciso renunciar á tal esperanza al respecto.

En vano quiso convencerla de la pureza de sus intenciones, en vano intentó darle todo género de seguridades, la vieja lo dejaba helado con esta pregunta:

—¿Qué será de mí dentro de diez años, cuando tú estés en la plenitud de la vida?

No quiero padecer yo por cualquier mocosuela que te revuelva los sesos y hasta se burle de mí.

Así, siempre seremos amigos, el desenlace vendrá naturalmente y siempre podré ser tu amiga sin menoscabo de mi amor propio, propio, nadie se podrá reir de mí y de tí mísmo.

Lanza no volvió mas á hablar de amor á la vieja, ni de casamiento.

Y si no hubiese sido porqué algo le sacaba, hubiera roto con ella para siempre.

No podia conformarse con haber sido derrotado en todos los terrenos por la prevision de aquella mujer empeñada en guardar su dinero.

Resuelto á no contar mas con aquella esperanza, se abrió una fuente de recursos nueva en el escritorio.

Los clientes nuevos de facha mas infeliz que caian al escritorio con algun apuro, despues de seductores discursos, pagaban una comision de cinco por ciento, comprendida la remesa de dinero y la carta que les escribia para la familia ó sus apoderados.

La comision que cobraba la casa era de tres por ciento, que era la cantidad que Lanza apuntaba en los libros, ganándose un dos por ciento sobre sumas que, reunidas, hacian una cantidad respetable.

Este dos por ciento de diferencia proporcionaba á Lanza una buena suma.

Para que nadie pudiera apercibirse de la cosa y asegurar de paso al cliente, dentro de la carta que se hacia escribir, Lanza ponia un sobre ya preparado para que remitieran la contestacion.

Y este sobre decia: Señor Carlo Lanza, calle Tacuarí 81, para entregar á don Fulamo de tal, el nombre del nuevo cliente.

Así todas las contestaciones tendrian que venir á su poder, quedando asi el cliente arraigado con él, que era con quien se entendia.

Lanza prevenia que tal vez él tuviera que salir de la casa ántes que las contestaciones vinieran, y como estas llegarian rotuladas á él, no podia perjudicarse en nada.

Y ya lo sabian los clientes mismos, porqué él se lo habia dicho:

—Si no me encuentras aquí, me encontrarás en mi otro escritorio, calle de Tacuarí 81.