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—Vaya esta nóche á mi escritorio, Tacuarí 81, y allí le allanaré toda dificultad.

El cliente iba y Lanza le arreglaba su dificultad, con tanta complaciencia y tino, que lo dejaba prendado.

Muchos preferian ir directamente á su escritorio á arreglar sus negocios, porqué lo hacian con mas comodidad y sin imponer de ello á tanta gente como se reunia siempre en el escritorio de Caprile, quien jamas pudo sospecharse del juego de entretelones que le hacia Carlo Lanza.

¿Cómo iba á sospecharlo si la primer condicion que imponia á la gente que servia era la de que guardasen la mayor reserva?

Y con ellos desacreditaba hábilmente la casa de su patron para recomendar la suya.

—Allí les cobran una comision enorme por cada giro, les decia, y esto es casi una explotacion.

Estoy deseando abrir mi casa para que puedan palpar con hechos lo enorme de los precios que les cobra Caprile.

Muchas veces á mí mismo me dá pena hacerles los descuentos que cobran allí, pero no me es posible conducirme de otro modo.

Como yo no soy el dueño de la casa, no puedo hacer rebajas por mas deseos que tenga, porqué tengo que ceñirme á las órdenes recibidas, si no quiero que me echan á la calle, lo que me perjudicaria en mi crédito de negociante.

De todos modos, cuando Caprile sepa que yo he abierto casa y que no cobro la barbaridad de sus comisiones, me vá á hacer la guerra.

Pero esto poco me importará, porqué ya ustedes conocen el motivo y me conocen á mí lo bastante para tenerme confianza á pesar de todo lo que se diga.

De este modo Lanza paraba con anticipacion todos los golpes que pudieran dirigirle, desde que ellos nunca podrian dirigirse contra su crédito ni conducta.

Era en los clientes nuevos, sobre todo, entre los que Lanza tenia mayor influencia, conquistada con su mas hábil procedimiento.

Cuando aparecia algun cliente nuevo á tomar informaciones sobre remision de dinero ó encargos á Europa, Lanza lo mandaba á su escritorio, donde le daria, decia, toda clase de informaciones, haciéndole presente la manera mas cómoda y económica de mandar su dinero.

—Si usted no tiene mucho apuro, le decia, dentro de algunos meses se lo podré enviar yo mismo, porqué estoy arreglando un servicio de corresponsales.

Ahora, si usted está apurado, yo le haré la primer remesa por el escritorio donde estoy empleado.

Le costará un poco mas, pero el dinero irá pronto y seguro.

Y prévio discurso de no decir nada á nadie, pues no queria aun enemistarse con la casa en que estaba hasta que abriera la suya, despedia al nuevo cliente que salia prendado de los modos atentos y agradables de Carlo Lanza.