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Allí habia mas fortunas, mas riqueza que en Buenos Aires, y por consiguiente mayor facilidad para ganar el dinero.

En poco tiempo un hombre inteligente y emprendedor podia ganarse una gran fortuna.

Pero en Rio se respiraba un ambiente de muerte que ni los mismos naturales podian soportar.

La fiebre amarilla reinaba allí todo el año, atacando, como es natural, con mayor facilidad al extrangero que no estaba habituado al veneno de su clima.

—Me gusta el oro, pero no tanto como para desear volverme amarillo yo mismo, pensó Carlo Lanza, rechazando toda idea de bajar en el Brasil.

He venido á América para enriquecerme y no para morir.

Si no, no valía la pena de haber dejado Biela y haberme decidido á emprender tan largo viage.

—Por eso no vienen al Brasil las compañías líricas, decian á Lanza, pues han muerto ya tantos artistas de fiebre amarilla, que ninguno quiere arriesgarse á correr la misma suerte.

Fué tal el terror que causáron estas informaciones á Carlo Lanza, que cuando el Capitan le propuso bajar á dar un paseo por la ciudad y regresar á dormir á bordo, no quiso ni acercarse á las escaleras de embarque.

—Estimo mucho mi juventud y mi pellejo, dijo traviesamente, para dejarlo en el camino: no me hablen pues de bajar en donde los puedo perder.

Buenos Aires llenaba por completo su fantasia.

Era de donde tenia mayor abundancia de datos y donde ya habia puesto sus puntos para sus grandes negocios y operaciones.

Podia decirse que ya en Buenos Aires tenia tambien sus relaciones, puesto que todos aquellos pasageros con quienes habia hecho el viaje, eran otros tantos amigos con quienes podia contar en cualquier apuro.

Así se lo habian manifestado ellos mismos dándole sus domicilios.

Pero Lanza no contaba con que todas aquellas ofertas habian sido hechas bajo la base de que él era un hombre de posicion y de dinero, que no llegaría á necesitar de ellos otra cosa que informaciones y datos.

Ofertas hechas á bordo y en la travesía de un largo viage, que el que las hace se mide despues mucho para cumplirlas en el caso que le sean reclamadas.

Lanza miró con un placer infinito el momento en que leváron anclas y saliéron de Rio Janeiro.

Pero riéndose de su miedo y su credulidad, los pasageros se habian entretenido en hacerle creer que las epidemias de fiebre amarilla venian á bordo mismo, envueltas en las ráfagas de viento que partian de la ciudad.

Durante la navegacion de Rio á Montevideo, no cesó un momento de tomar sus últimos datos y apuntes, inquiriendo de paso algunos sobre Montevideo, dónde debian permanecer un dia.