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En el cultivo de esta otra clase de relaciones que podian dejarle un buen provecho, pasaba la segunda parte de la noche.

A casa de las mas accesibles, llevaba fiambres y vino, improvisando alegres y memorables cenas que le daban un prestigio de gran señor.

Los timbres postales sustraidos á la correspondencia eran los que cubrian los gastos extraordinarios.

Su sueldo se dividia religiosamente entre las francesas que le daban de comer y el sastre que lo vestia.

Porqué Lanza por nada de este mundo abandonaba el cuidado de su persona exterior.

Siempre andaba correctamente vestido y hasta con lujo.

—Estas son las ventajas de la vida arreglada, decia á sus compañeros de escritorio de manera que lo oyera Caprile.

Lo que ustedes gastan en teatro y farras de tono género, yo lo gasto en ropa, porqué me gusta andar bien vestido.

Ya tendré tiempo de divertirme, no hay cuidado, ahora solo debo pensar en trabajar y tener contentos á mis patrones.

Es que su famoso exterior era con lo que Lanza contaba para todos sus propósitos amorosos.

La casa de Cánepa le servia para aparentar una vida arreglada y juiciosa, que le daria un triunfo seguro en sus planes amorosos matrimoniales.

Con las modistas, aquel exterior paquete le daba un aspecto de hombre de posicion desahogada, que podia atender cómodamente hasta las frivolidades de la vida de soltero.

Habia una modista vieja en la calle de las Artes, á quien Lanza habia puesto sus puntos de explotacion.

Sabiendo que Lanza estaba en una casa de giros, la vieja le habia encargado varias veces la remision de dinero, que Lanza tuvo cuidado de hacer religiosamente, trayéndole la contestacion tan pronto como habia llegado.

Era esta una cliente segura para el porvenir, y cliente importante, porqué podia recomendarlo á otras modistas y amigas que remitieran dinero.

Pero esto no era bastante; Lanza queria asegurarla amorosamente y hacer suyo la mayor parte del capital de la vieja.

—Si yo llego á pescarla, decia, no me ha de suceder lo que con doña Emilia, ¡no hay cuidado! no me he de meter en enredos que me hagan perder la masa de trabajo que me hizo perder aquella mentecata con quien me metí en mala hora.

Pero la vieja era mas despierta que un zorro, y aunque le halagaba profundamente el cariño que el jóven le demostraba, este halago no era suficiente para hacerle perder el juicio y la bolsa.

Tenia en Lanza la confianza suficiente para encargarle la remision de cualquiera suma de dinero, sin exigirle el menor recibo ni constancia.

Pero una cosa era darle dinero como banquero, para remitir á Europa, y otra cosa era dárselo como amante y para que le diera el giro que quisiese.